Escritos Apócrifos 18.4

No falta mucho para que Allan salga de casa para dirigirse al centro de Barcelona. Alli se encontrará con Andrés, quien ya le ha dicho por teléfono que está montado en el tren que le lleva a la gran ciudad. Debo reconocer que estoy algo sorprendido por esta extraña decisión de Andrés. Va a vivir en el margen de unas horas una experiencia globalmente asfixiante: tren atestado, multitudes, restaurante de nivel y una manifestación más reivindicativa que nunca. Inmerso en una oleada de sentimientos contrapuestos: por un lado sus angustias mentales expuestas en campo abierto y, del otro, hacer realidad su sueño de catalanista permanentemente frustrado. Allan hará de árbitro condescendiente pues se implicará poco. No es de su gusto que Andrés haya tomado esta iniciativa. Otra cosa es que haga de anfitrión en cierta mesura. Faltaría más.

Allan no percibe el ambiente eléctrico que precede a cualquier revuelta callejera. Espera siempre mucho más de los doscientos brigadistas que, de tarde en tarde, incendian Barcelona, que del más de un millón de personas que se esperan en la manifestación de hoy. Incluso puso muchas más expectativas en el movimiento de los Indignados que en la exaltación de hoy. En su prerrogativa de ideales está más alto el de una revolución justiciera que el de una independencia manejada por los políticos de siempre.

No le falta razón en eso. A mi parecer, antes de encauzar cualquier sentimiento independentista, sería bueno arramblar definitivamente con tanto pordiosero político. Lo de ahora es como pretender formar una nueva familia con quien ha violado a tu hermana. No son cosas de mi interés, pero tengo mi opinión al respecto. Como aportación positiva para el entorno catalanista aconsejaría quemar todos los vestidos de gala de los Mossos d'Esquadra. Son de auténtica risa.