Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
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J A Q U E A L A R A Z O N

2.7.10

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Recliné el cuerpo en el butacón, me puse las manos en la nuca y eché la cabeza hacia atrás. Respiré profundamente. Una reflexión demasiado simplista me hizo adoptar una mentalidad social, la misma mentalidad que encasilla a ciertas personas en celdas de reclusión para locos. Pensé que sus razonamientos eran ilógicos, que era carne de manicomio, que no era capaz de delimitar los actos y sus consecuencias. Estuve a punto de relajarme, cuando Andrés tomó de nuevo la palabra.

– Después de haberme dejado ganar la partida, al marcharse usted, mi padre se presentó en el comedor. Me preguntó por el desenlace de la misma y, en mi ingenuidad, contesté que la había ganado yo. Se mostró sorprendido. Tomó asiento en el butacón que usted había dejado libre y reprodujo las jugadas que yo había anotado. Lo hizo durante unos minutos. A continuación, observó: “Te ha dejado ganar”. Protesté, me sentí ofendido por su comentario. Acto seguido, me mostró la secuencia de movimientos erróneos realizados por usted, aunque yo rechacé sus argumentos. Entonces mi padre propuso que jugara una partida con él. Acepté sin dudarlo. En el transcurso de la misma me arrinconó, arremetió con todo su caudal de juego hasta despedazarme. Movía las piezas con suficiencia, con una superioridad insultante. Una vez más, mi padre me estaba mostrando su parte negativa, su rechazo visceral a mi presencia en su mundo. Quise aducir razones, objeté que el hecho de que él me hubiese ganado la partida no demostraba que yo no le hubiera ganado a usted. Entonces manifestó: “En los tres años que este chico lleva entre nosotros, jamás le he podido ganar una partida. ¿Aceptas ahora que te ha dejado ganar?” En aquel instante, perdí el control. Golpeé la mesita con el puño y algunas piezas cayeron al suelo. Mi padre me increpó con severidad. Me excusé por aquella reacción y me dispuse a recogerlas. Entonces, se acercó y cogió mi brazo para obligarme a ello. Le dije que las recogería, que no era necesario que me forzara a hacerlo. Al oponer resistencia, me cogió del cuello con la otra mano. No pude más, con un movimiento brusco conseguí soltarme y de un manotazo tiré al suelo todas las piezas que había en la mesita. Aquel furor desató la ira de mi padre. Me atenazó, esta vez con mucha fuerza, y reaccioné con brusquedad. Le empujé, haciéndole trastabillar. Tuvo que soltarme y cayó al suelo. Todo se vino abajo. Me sentí derrotado. En aquel instante, me resultaron ajenos los gritos y amenazas de mi padre. Un temor de rango más elevado me tenía paralizado por completo: un sexto sentido me decía que mis horas en casa estaban contadas. Con una actitud inflexible, mi padre me ordenó que fuera a mi habitación y que me quedara en ella hasta nueva orden. Mi madre no supo de lo ocurrido hasta casi una hora después. Vino a verme para tranquilizarme y me pidió que siguiera en la habitación hasta que las aguas volvieran a un cauce adecuado. Más tarde, volvió para traerme un poco de cena. Su actitud positiva me serenó hasta el punto que descarté la represalia de mi padre.

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