En los días en que estuve cerca de cierta fenomenología, tuve la oportunidad de escuchar las campanillas que avisan de la presencia inminente de un espíritu, jugué con mesas saltarinas, vi moverse el vaso de manera enloquecida en diferentes sesiones de ouija, pude comprobar escenas de posesión en el cementerio judío de Montjuich, mientras diluviaba, con los rayos y truenos participando de una congregación demencial.
Pero lo que acaeció a partir del primer peldaño que llevaba a la novena planta fue diferente a todo. Eran casi las once de la noche del día 15 de enero de 1999, en pleno invierno. Los comentarios de mis amigos parapsicólogos se habían referido a una extraña sensación de acompañamiento, de presencias silenciosas que los observaban. Sin descartar nada, supuse que estas sensaciones tenían más que ver con una percepción subjetiva que con una realidad.