Ayer fue el día elegido. Salió de casa a las once de la mañana, disfrutando de la música de Audioslave hasta que, ya en la rotonda que lleva a las playas de Palafrugell, escuchó desde la radio del coche la noticia de la muerte de Tom Sharpe, acaecida durante la madrugada.
Detuvo el coche y se puso a reflexionar. Finalmente, repuesto de tanta coincidencia malévola, siguió con el plan previsto.
Tomando una cerveza, sentado en la terraza del Hotel Llevant, con vistas a un mar humanizado por las barcas de los pescadores, escuchó los comentarios de los clientes y camareros referidos al escritor.