Escritos Espurios 21.4

El verano es una buena época para los folletines baratos.

Cuando mi padre iba a iniciar un largo turno de preguntas, apareció mi madre con el mantel y los cubiertos.  Mi padre tuvo que maniatar su impaciencia, cada vez más disparada. Le miré y le ofrecí una sonrisa maliciosa.

Durante la comida se hablaron de cosas domésticas e intrascendentes, especialmente entre mis padres. Mis hermanas -María i Palmira, de siete y tres años de edad- se disputaban cualquier cosa que estuviese a su alcance.

Mi padre habló menos de lo habitual, inmerso en la incertudimbre que tenía que resolver. A ratos volvía a mirar La Vanguardia, leyendo y releyendo  lo que ya conocía. Durante la comida, encendió un par de cigarrillos. Aquellos eran tiempos en los que el fumar no estaba mal visto ni, ontológicamente, perjudicaba a nadie.

Normalmente mi padre se pasaba casi una hora leyendo el periódico, hipnotizado por los contenidos políticos. Algo raro a mi entender, pues de sobras es conocida la vinculación de La Vanguardia, en aquellos días, con el régimen franquista. Era un devoto del analista político Carlos Nadal, experto en política internacional.