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De súbito, unas lamentaciones llegaron a mis oídos. Antes de salir de la habitación y colocar de nuevo el candado en su lugar, cogí varios terrones de aquel mineral exhausto –de color negro azabache y de una textura parecida al lignito– que se encontraban por docenas en un recipiente. Aunque un poco tarde, bajé las escaleras a toda prisa. Me precipité en el comedor y allí encontré al alquimista con su hermana en brazos. Fue como un puñetazo en pleno rostro. Vacilé antes de pronunciar unas palabras en voz muy baja.
–¿Está inconsciente? ¿Quiere que vaya en busca de un médico o que llame a una ambulancia?
El alquimista me miró con un infinito desprecio.
–Está muerta. Además, usted ya ha hecho lo que tenía que hacer... Ahora, ¡márchese!
De súbito, unas lamentaciones llegaron a mis oídos. Antes de salir de la habitación y colocar de nuevo el candado en su lugar, cogí varios terrones de aquel mineral exhausto –de color negro azabache y de una textura parecida al lignito– que se encontraban por docenas en un recipiente. Aunque un poco tarde, bajé las escaleras a toda prisa. Me precipité en el comedor y allí encontré al alquimista con su hermana en brazos. Fue como un puñetazo en pleno rostro. Vacilé antes de pronunciar unas palabras en voz muy baja.
–¿Está inconsciente? ¿Quiere que vaya en busca de un médico o que llame a una ambulancia?
El alquimista me miró con un infinito desprecio.
–Está muerta. Además, usted ya ha hecho lo que tenía que hacer... Ahora, ¡márchese!
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