Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
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J A Q U E A L A R A Z O N

6.7.10

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Guardó silencio a la espera de mi aprobación. Le invité a proseguir.

– Se tendría en cuenta los minutos diarios que el accidentado pasaba en la parada del autobús y, además, a los miles de vehículos que cada día circulaban por la avenida. La conclusión sería que, dada la situación de riesgo que asumía diariamente la víctima, quien fuese el causante del accidente no tenía la menor trascendencia. La importancia del caso recaería en la reincidente exposición al peligro por parte del accidentado. Por tanto, se podía determinar que un día u otro tenía que pasarle aquello, y que si hacía diez años que reincidía en su exposición al peligro sin haber sufrido ninguna desgracia, ello se debería a alguna influencia virginal, y que loado sea el Señor...

Me miró con cierto desafío. Andrés conocía la eficacia de aquel razonamiento.

Cerré los ojos de nuevo. Puse los nudillos de los dedos índices en mis cejas, recorriéndolas. Su argumentación tal vez fuese falaz pero se ajustaba plenamente a su visión de los acontecimientos. Hice un pareado con personajes y situaciones: la víctima del atropello sería Andrés. Mi papel sería el de conductor causante del accidente involuntario. El perro representaba la angustia de Andrés al intuir que iba a perder la partida. El giro del volante encarnaba mi decisión de dejarle ganar la partida para evitar su pesar. Los automóviles circulando de manera nerviosa por la autovía simbolizaban la personalidad iracunda e inflexible de su padre. Por último, la partida de ajedrez semejaba un acto tan inocuo como el ir cada día a la parada del autobús. En este juego de parejas, pude distinguir que mi exculpación era parecida a la que había otorgado el juez imaginario: una exculpación necia. La versión de Andrés radicaba en que cada acto genera por sí mismo un caudal de interacciones únicas e irrepetibles y, que por tanto, cada decisión incide en los hechos posteriores a la misma. No me quedaba más remedio que asumir que un acto de compasión había sido el causante de una serie de carambolas inesperadas. Sin tal compasión, el curso de la vida de Andrés y de su familia quizá hubiese sido completamente diferente. Llegar a esta conclusión me dejó desconcertado. Entre tanto, una extraña responsabilidad comenzaba a aplastarme, mientras crecía un anhelo por conocer todos los detalles de lo ocurrido.

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