Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
en el apartado Páginas.

J A Q U E A L A R A Z O N

11.6.10

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A priori, aquel veintitrés de junio marcaba un antes y un después, pero las perspectivas se vinieron abajo. A media tarde, dos compañeros tenían una noticia que nos puso a todos en alerta:

–Hemos escuchado una discusión muy fuerte entre el director y su hijo.

Más tarde otros compañeros vieron llorar a doña Rosa, la directora. No era un buen comienzo, pero aún faltaba lo peor.

Al atardecer, el crepúsculo enrojeció el cielo para conmemorar la llegada del solsticio de verano. Era la señal esperada para comenzar los preparativos del ritual de la hoguera, para celebrar la noche más corta del año, una noche ígnea, la noche de San Juan. En una esquina del patio habíamos apilado trastos, periódicos, cartones y escobas, en una tramoya disparatada de objetos preparados para ser combustible de ensueños y esperanzas. Castells, uno de los internos, tuvo el honor de prender el fuego. En pocos minutos, la hoguera crepitaba, las llamas danzaban y las chispas orlaban las estelas más altas. Entonces mi alma experimentó el enorme poder del fuego y tuve la certidumbre de que nos acercaba a la magia. Cuando las brasas quedaron sepultadas entre las cenizas, eché de menos los latigazos centelleantes del fuego, la conjunción de entusiasmo y risas de los compañeros y la pátina encendida de nuestros rostros.

Los rescoldos se consumían ahogados por el polvo oscuro del fuego negro, cuando comenzó a lloviznar. Era el momento de irse a dormir. La señora Amparo recogía cenizas con una espátula y las guardaba en un recipiente. Me explicó que las cenizas del fuego eran un componente esencial para la elaboración de remedios contra las enfermedades de la piel. En aquella noche también hizo acopio de hierbas en el tránsito astrológico de unas determinadas horas. Antes de meterme en la cama contemplé el lago. Las gotas de lluvia se precipitaban en su misma esencia antes de desaparecer para siempre. Era una noche cerrada, los fuegos fatuos espolvoreaban las riberas del lago flameando pequeñas llamas azuladas. Eran las mismas exhalaciones que aparecen encima de las sepulturas de los cementerios, que en la creencia de las gentes, son las almas en pena de los muertos.

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