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En una explanada cercana al lago se instalaban los feriantes. Ahora es un jardín público con sauces, fuentes que asemejan pilas bautismales, y un césped muy cuidado. Recordé las atracciones con las estridentes músicas que se anulaban unas a otras. Volví a sentarme en el mismo banco de piedra que estaba a unos trescientos metros de la casa. El domingo era el único día de la semana que nos dejaban salir de la escuela. Por la mañana, dábamos un paseo por el pueblo y, algunas veces, alquilábamos una barca por un par de horas para vagar por el lago. Después regresábamos para comer. Por la tarde, íbamos al cine. En aquel reducto de niños y adolescentes había una terrible aberración: el enorme zapato de madera de Vives, un compañero de internado que tenía que convivir con aquel cilicio a modo de penitencia eterna. En ocasiones, cuando estábamos jugando en el patio y veía como se esforzaba para participar en nuestros juegos, dirigía mi mirada al cielo, sorteando las nubes, en un intento por encontrar a Dios, mientras movía la cabeza de un lado a otro recriminándole su proceder.
El banco de piedra está debajo de una encina centenaria. Sus hojas se cimbrean con el viento, produciendo un rumor que predispone a la quietud, a la reflexión.
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En una explanada cercana al lago se instalaban los feriantes. Ahora es un jardín público con sauces, fuentes que asemejan pilas bautismales, y un césped muy cuidado. Recordé las atracciones con las estridentes músicas que se anulaban unas a otras. Volví a sentarme en el mismo banco de piedra que estaba a unos trescientos metros de la casa. El domingo era el único día de la semana que nos dejaban salir de la escuela. Por la mañana, dábamos un paseo por el pueblo y, algunas veces, alquilábamos una barca por un par de horas para vagar por el lago. Después regresábamos para comer. Por la tarde, íbamos al cine. En aquel reducto de niños y adolescentes había una terrible aberración: el enorme zapato de madera de Vives, un compañero de internado que tenía que convivir con aquel cilicio a modo de penitencia eterna. En ocasiones, cuando estábamos jugando en el patio y veía como se esforzaba para participar en nuestros juegos, dirigía mi mirada al cielo, sorteando las nubes, en un intento por encontrar a Dios, mientras movía la cabeza de un lado a otro recriminándole su proceder.
El banco de piedra está debajo de una encina centenaria. Sus hojas se cimbrean con el viento, produciendo un rumor que predispone a la quietud, a la reflexión.
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