Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
en el apartado Páginas.

J A Q U E A L A R A Z O N

31.1.10

01011

01011 (7)


La historieta del gallo me hizo pensar en la novela de Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba. Un gallo de estas características habría sido un depredador inagotable en las crueles peleas concertadas, con sus apuestas clandestinas y riñas feroces. El coronel decía: “Este gallo no puede perder”. Allan escribió una nota al final del libro: “El coronel quería a su gallo como se quiere a un hijo, como se quiere a un recuerdo...”

El propósito que Allan se hizo ante el animal sin vida no fue que nunca comería carne de pollo. No tuvo que ver con eso. En una de las páginas de su diario refiere, sin venir demasiado a cuento, el juramento que expresó ante el gallo: “Prometo que nunca olvidaré esto. Prometo que jamás me rendiré ante nada ni ante nadie.” Una promesa que denota inflexibilidad y poco sentido práctico, y que fue el inicio de un camino elegido, el esbozo de una épica trasnochada, decimonónica y destructiva. He encontrado otras frases parecidas: “Prefiero una causa heroica a una causa justa”, “mil veces una reunión de locos a una reunión de amigos”... En todos los casos se infiere una postura extrema, una adicción a lo marginal. No quiero afirmar con ello que su personalidad se explique por el suceso del gallo, pero sí que fue un detonante de ciertas conductas que desembocaron en una actitud irreducible y en un sentido de la dignidad exacerbado. Tal vez si aquel gallo hubiese sido decapitado, algunos impulsos de Allan no se habrían desencadenado. A veces, los juramentos esclavizan de manera irremediable.

La decisión de enterrar al gallo no fue acertada. La familia debería habérselo zampado; debería haber ingerido cada pedazo de carne y de vísceras como un acto de comunión, con el ferviente deseo de que el coraje indómito de aquel animal, envenenase la sangre de todos los miembros, al modo de los caníbales en su denostada antropofagia. Pero aquella energía física se pudrió un palmo bajo tierra. La influencia psicológica, en cambio, se enquistó en los recónditos recovecos del cerebro de Allan, alterando el transcurso normal de raciocinio y mesura ante determinadas situaciones.

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