Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

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J A Q U E A L A R A Z O N

19.12.09

Escritos Espurios 4.0

El protagonismo de Allan y Andrés ha sido patético. Y lo es más todavía el que Andrés vea en Allan a un salvador, por la estúpida suposición de que su presencia ha sido esencial para el buen desenlace final. En favor de Allan he de decir que no se cree esta causa-efecto.

En estas fechas llego a sentirme algo caritativo, debe ser la miserable influencia humana que se filtra por mis circuitos sin darme cuenta. Así que, para obviar la ridícula imagen de Andrés, con collarín, batín y zapatillas, expondré unos párrafos de su "Cadalso de Dios", una obra sin pies ni cabeza, un caudal desordenado de ideas sin fundamento.

En el año 1.380, en Kempen, localidad cercana a Colonia, nació Tomás Kempis. Antes de cumplir los veinte años ingresó en el monasterio de Zwolle, del que no se moverá hasta su muerte, a los noventa y un años. Fruto de este enclaustramiento fue "La imitación de Cristo", tratado popular de ascética y mística, que versa sobre la vanidad de las cosas terrenales. La máxima que guía a Kempis expresa "que la gran sabiduría es vivir desconocido por los hombres". Su librito es una sucesión de loanzas a la divinidad, como las de un auténtico visionario o aventajado discípulo que, con su renuncia y bondad, mata los sentidos y encamina su espíritu en busca de la onda celestial.

Kempis adorna su libro con imágenes de belleza y profundidad, no es tan solo un catecismo de un párroco sin ideas. En cierto modo, la obra de Kempis tiene relación con la proverbial tendencia de los orientales al desapego. Hay que renunciar a los bienes terrenales y no rendir culto a nuestra personalidad.

En ambos casos, el apartarse del recto camino conduce a un inexorable castigo. El mismo, tiene su razón de ser en "la hoguera satánica y el cruel tormento". Los orientales buscan salirse del doloroso proceso de la reencarnación, del Samsâra. Cabe ser comprensivos y situarnos en el contexto de la época, los infiernos estaban fuera de toda duda.

La obra refleja sobremanera cual es el personaje idóneo que tiene las virtudes que anhela para sí. El ejemplo a imitar es Job. Esta clase de moral cristiana ha sido bien dirigida desde los púlpitos. Esbirros con sotana han silenciado muchas verdades. El ejemplo de Job, con su premio al final de sus desgracias, debe ser las esperanza que haga del hombre un ser sufrido y paciente. En este punto hay mucho que objetar. Cuando las aflicciones provengan de una cuestión personal, el cambalache puede ser un tónico adecuado. No es así cuando las causas provienen de una opresión, de un modo injusto de gobernar. Aquí no valen los cataplasmas ni los engaños previo acuerdo. Por desgracia, la Iglesia sabe demasiado de estas conductas. Jesús no dudó en asir el látigo y expulsar a los mercaderes del templo. Aquellos que pretenden ser sus representantes deben salir al paso de las injusticias y llamarlas por su nombre.

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