Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
en el apartado Páginas.

J A Q U E A L A R A Z O N

31.12.09

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01010 (9)


“Llegué a casa un domingo por la mañana. Era el retorno de una práctica mística poco provechosa, un intento más en el propósito de encontrar respuestas a tantos conceptos evanescentes: cuerpo astral, ectoplasma, periespíritu, sueños provocados, médiums... Durante el trayecto en el expreso internacional hice una composición de lugar. ¿Qué es lo que fallaba? ¿Quizás mi impaciencia, mis excesivas prisas por conseguir resultados? ¿Qué estoy buscando? ¿Y si todo fuese un bluff? ¿Quién me asegura que el Aum es la palabra sagrada que conecta con la divinidad, o que los paseos astrales no son más que las imaginaciones de unos exaltados? ¿Quién habla por la boca de un médium? ¿Acaso el espíritu de un muerto, un espectro invisible o la autosugestión de un demente? Lo razonable es medir bien las distancias. Si hay conocimientos a los que se puede acceder, a buen seguro que el método menos aconsejable sea el de ir dando empujones. ¿Quién se equivoca? ¿Quizás una piadosa anciana que acude a diario a la iglesia? Puede que si, pero, ¿quién tiene tanta paz en su seno? Su sendero está marcado por un sentido devoto. No entiende de teologías ni de religiones comparadas, tampoco de fenómenos psíquicos o de campanas de laboratorio. La fe inunda su morada. Ha encontrado en su mundo de santos y vírgenes, una esperanza que no alcanza a poseer aquel filósofo tan ilustre, tan inquieto por su propio saber.

Me preparé el desayuno. Lo tomé aparte de mi padre pues me producía indisposición verle comer un plato repleto de gofio canario, un plato humeante que se preparaba por las mañanas todos los días del año. Poco después, comentamos las peripecias acaecidas durante las semanas en las que estuve ausente.

Me enfundé una de las estrafalarias camisetas que poblaban el armario, mientras mi padre se ajustaba el nudo de la corbata, remate a su hierática forma de vestir. Salí a la calle y me dirigí al bar Comercial, en pleno centro de la ciudad. Es un local muy espacioso, con amplia barra, sala de televisión y una zona reservada para los billares y las máquinas tragaperras.

Allí está. La acaricio mientras cruzo una mirada de complicidad con la chica descocada que ilustra el tablero. Es mi máquina de millón favorita. He estado fuera unas semanas y sigue en el mismo sitio, no se ha movido ni un centímetro. La cojo por la cintura, mis manos recorren la chapa de los laterales mientras el frío metálico me incita a poseerla de nuevo. Es un momento especial, mejor que el runrún que yo me sé. He quedado muy harto de posturas de yoga, de peroratas abogando por la fraternidad universal y de comidas ligeras. Hay que celebrar mi vuelta a la normalidad. Elijo una canción de The Doors. Una cerveza helada pone el contrapunto. Cierro los ojos, oigo voces lejanas, escucho los registros de los millones, soy feliz como un demonio. Púdrete nirvana, ya no me haces falta.”


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