Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
en el apartado Páginas.

J A Q U E A L A R A Z O N

29.12.09

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01010 (8)

“La humedad empañaba los cristales de la habitación. Comenzaba a caer la tarde cuando fijé la mirada en el retrato de mi tío Arsenio que colgaba de la pared, rodeado de pósteres de equipos de fútbol y grupos musicales. Entonces dejé que los recuerdos se apoderasen de mi mente. Imaginé tu presencia. ¿Qué debía ser de ti? Hacía unos pocos meses que habías fallecido. La muerte es una caja de sorpresas. Me pregunto cuál habrá sido la tuya.

En su día, la muerte del abuelo me afectó por sí misma y por el dolor de familiares y amigos, pero no dejó una duda existencial en mi alma. Mis pocos años no daban para tanto. Con la muerte de mi tío la percepción cambió. La muerte ya no era cosa de otros. Al meditar sobre la muerte topaba con un desenlace que me aturdía. Mi inquietud no se limitaba al sufrimiento que suponía la pérdida de un ser querido. Iba más allá.

Pocos días después de su muerte, mi tía me hizo entrega de libros, escritos y otros útiles que le habían pertenecido. Los libros eran en su mayoría de autores españoles: Ramón y Cajal, Machado, Ortega y Gasset, Ramón del Valle Inclán... siendo evidente su predilección por Miguel de Unamuno. Al hojear aquellos libros, encontré algunas de las pequeñas flores y hojas que pasaron de mis manos a la suyas, quizás para vivir eternamente entre las páginas de los libros, disecadas por el tiempo y el papel.

De una caja de metal oxidada, mi tía sacó unos cuadernos que custodiaban dos pequeñas obras de teatro que mí tío había escrito en su juventud y un breve tratado filosófico titulado Teoría del alma antitética o de la auto-verdad. Una balanza de farmacia, unos tubos de ensayo, matraces, catgut y múltiples hojas con fórmulas químicas, fueron los últimos utensilios de sus pertenencias que tuve el honor de recibir.

Aunque no era la mejor hora, tomé la decisión de acercarme al cementerio municipal. En el día de su entierro, después del funeral, no ocupé ninguno de los automóviles que se dirigieron al cementerio. Habían pasado unos meses desde su muerte y, aunque mi pensamiento lo recordaba a menudo, todavía no le había rendido homenaje visitando el lugar donde reposan sus restos.

Aceleré el paso pues estaba cercana la hora límite para las visitas. Hablé con el guarda y accedió a mi entrada. Iba a preguntarle por la ubicación del nicho cuando me impliqué en una quimera. Podía elegir cualquier dirección, hacia la derecha o hacia la izquierda, arriba o abajo. Por todas partes se levantaban bloques de nichos, como en una ciudad dormitorio. Entre cipreses, cruces y panteones me propuse encontrar el sitio donde está enterrado mi tío sin que mi vista tuviese que recorrer aquel listín impreso en mármol. Él me ayudaría. Con la mirada fija en el suelo, subí las escalinatas de la avenida principal. Cruzando pasillos, mi corazón palpitaba cada vez con más fuerza. Me situé enfrente de un bloque de nichos mientras mi vista seguía fija en el suelo, un suelo orlado de hojas, cintas y pétalos ennegrecidos. Pasaron imágenes por mi desván mental, hablé con mi conciencia, con mi tío Arsenio y con el lazarillo celeste y, por fin, quise convencerme de que al levantar la cabeza mis ojos leerían la lápida con su nombre.

Pasó un tiempo antes de decidirme a fijar la mirada en un nicho de la parte media-alta. Cuando lo hice, una emoción inexplicable recorrió todo mi cuerpo atravesándome el alma. Después, mis ojos se llenaron de lágrimas. Me sentí inmensamente feliz. Juntos lo habíamos conseguido.”


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