“Mi madre ejercía de modista. Para estar al día en el tema de las modas adquiría con regularidad revistas francesas. Las docenas de ejemplares que se amontonaban en el cuarto de los trastos motivaron muchas erecciones y comentarios de toda índole. Eran una razón de peso en el trato con los chicos del barrio. Los anuncios de ropa interior eran los elegidos. Aquellas mujeres tan perfectas y acicaladas nos hacían sentir enojo y asomos de placer. Imaginábamos al señor de la cámara rodeado de señoritas ligeras de ropa. Las mejillas nos ardían y el pene nos dolía ante la estrechez del pantalón corto. Sentíamos envidia y admiración por los chicos mayores. Daban órdenes y conocían el placer, el gran secreto. Hablaban un argot poco claro: “éste debe tener leche”. Tener “leche” era un signo de madurez, una premisa para dejar de ser niño, un visado para incorporarte a las conversaciones sobre las chicas y el sexo. Beso frío, azulejos, amor de celulosa, carne ilustrada...”.
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