01010 (4)
“Mi padre me invitó a acompañarle hasta Els quaranta pins. Me sentía feliz cuando podíamos compartir una excursión. Era toda una aventura atravesar el riachuelo y esconderse entre los cañizales. También lo era el aprendizaje impartido para hacer buenas migas con los perros de los payeses. Después, un poco de descanso para comer unos bocadillos y ayudar a mi padre en la elección de una planta o una piedra. Els quaranta pins es un bosquecillo de pinos en lo alto de una colina. Unos metros más allá, una glorieta culmina una obra maestra, la perfecta sintonía entre arte y naturaleza, un reducto lírico, suave, evocador.
Y de pronto, la sirena del demonio recordando el alzamiento militar del 18 de julio. La sirena llegaba lejana, casi inaudible. Mi padre mudó su expresión, nuestra excursión se había ensombrecido. Nunca más volvimos a aquel paraje. La miseria de los vencedores impone su ley. El lugar sagrado había sido profanado.”
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“Mi padre me invitó a acompañarle hasta Els quaranta pins. Me sentía feliz cuando podíamos compartir una excursión. Era toda una aventura atravesar el riachuelo y esconderse entre los cañizales. También lo era el aprendizaje impartido para hacer buenas migas con los perros de los payeses. Después, un poco de descanso para comer unos bocadillos y ayudar a mi padre en la elección de una planta o una piedra. Els quaranta pins es un bosquecillo de pinos en lo alto de una colina. Unos metros más allá, una glorieta culmina una obra maestra, la perfecta sintonía entre arte y naturaleza, un reducto lírico, suave, evocador.
Y de pronto, la sirena del demonio recordando el alzamiento militar del 18 de julio. La sirena llegaba lejana, casi inaudible. Mi padre mudó su expresión, nuestra excursión se había ensombrecido. Nunca más volvimos a aquel paraje. La miseria de los vencedores impone su ley. El lugar sagrado había sido profanado.”
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