01010 (2)
“Todavía recuerdo los sollozos de mi madre durante la enfermedad, aunque no me inquietaban. ¿Qué sabe un niño de peligros? El tifus no duele, solo adormece. Es el nirvana a la inversa: pesadillas y la temperatura corporal en su límite máximo. Cuando el termómetro estaba candente aparecían imágenes monstruosas cada vez que cerraba los ojos. Estaba exhausto, quería descansar, pero tenía pánico de las visiones interiores que se enseñoreaban de todas las bóvedas de mi cráneo. Mientras mi madre colocaba pañuelos empapados de agua en mi frente, tenía la impresión de que el cerebro era un magma de lava a punto de escurrirse por las cuencas. Pálido, con la boca llena de úlceras y costras, delgado y titubeante, maldecía mi error: tirar por el desagüe de la cocina las tres dosis de la vacuna antitifoidea.”

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“Todavía recuerdo los sollozos de mi madre durante la enfermedad, aunque no me inquietaban. ¿Qué sabe un niño de peligros? El tifus no duele, solo adormece. Es el nirvana a la inversa: pesadillas y la temperatura corporal en su límite máximo. Cuando el termómetro estaba candente aparecían imágenes monstruosas cada vez que cerraba los ojos. Estaba exhausto, quería descansar, pero tenía pánico de las visiones interiores que se enseñoreaban de todas las bóvedas de mi cráneo. Mientras mi madre colocaba pañuelos empapados de agua en mi frente, tenía la impresión de que el cerebro era un magma de lava a punto de escurrirse por las cuencas. Pálido, con la boca llena de úlceras y costras, delgado y titubeante, maldecía mi error: tirar por el desagüe de la cocina las tres dosis de la vacuna antitifoidea.”

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