Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
en el apartado Páginas.

J A Q U E A L A R A Z O N

12.10.09

Escritos Espurios 2.8

Este escrito es de lo más espúreo que voy a publicar. Lo hago para que no os quepa ninguna duda de las capacidades reales de Allan en la literatura. Un pobre diablo.



Destino final




Me llamo Karen. Hace algo más de siete años mi vida cambió por completo. Este es el relato de lo que aconteció.

El día 3 de Junio del año 2.000 fue un día caluroso, muy agobiante por la humedad que empapaba Barcelona. Después de salir del trabajo sito en el polígono de la Zona Franca, con Julio López - un compañero del departamento de compras - convenimos en ir al cine para ver cualquier película, con la única intención de distraernos de la larga jornada de trabajo. Nos dirigimos a un centro comercial donde pedimos unos bocadillos, un par de refrescos y unos cafés bien cargados, mientras comentamos los avatares de una negociación de precios con unos proveedores.

Elegimos la película “Destino final”, un poco por la temática, que parecía interesante, y por la hora de inicio que coincidía con nuestra presencia en las taquillas. La película cubrió las expectativas, nos tuvo en vilo durante todo su desarrollo. He aquí la sinopsis de la misma, copiada de una web:

Mientras embarca junto a sus compañeros de clase en un vuelo con destino a París, Alex tiene un presentimiento, por lo que desembarca justo antes de despegar junto a seis de sus amigos y una profesora. Minutos después el aparato explota en el aire y el grupo comienza a verse perseguido por accidentes que ponen en peligro sus vidas. Acosado por el FBI que intuyen que Alex conoce las causas del accidente, y perseguido por sus propios miedos, Alex deberá descubrir que las coincidencias y los accidentes no son algo casual.

Una vez que terminó la misma, tuve ocasión de relajarme de la tensión vivida durante su proyección, mientras iban pasando los títulos de crédito. Todavía ensimismada por las escenas vistas en la película, Julio comentó que la canción que sonaba - “Cuando yo muera” - como acompañamiento de los títulos de crédito le era conocida, tanto que al fin exclamó: “¡Claro! Tengo una versión de la misma en un disco del grupo Blood Sweat and Tears”. La cuestión me era completamente indiferente.

Ya en la calle, de camino al aparcamiento - muy poco concurrido en aquellas horas -, Julio volvió a incidir en el mismo tema: “Creo que en el coche llevo una cinta del grupo que te he mencionado”. Cansada por lo tarde que era y la larga jornada laboral, seguí sin prestarle demasiada atención.

Entramos en el coche. Antes de arrancar, Julio abrió la guantera que estaba repleta de cintas de cassette. Las fue mirando hasta que al fin dio con la que buscaba: “¿Lo ves? ¡Esta es la cinta!” Asentí con la cabeza y le comenté lo tarde que era. Pero no me hizo caso. Se me quedó mirando y dijo: “¿Te imaginas si en esta cinta está la canción que hemos escuchado en la película?” Lo dijo en un tono que me pareció amenazante. Entonces, blandiendo la cinta entre sus dedos expresó: “Voy a poner la cinta. En el caso de que nada más ponerla suene la canción de la película, esto significará que la muerte ahora nos buscará a nosotros”. Reaccioné de mala manera: “¡Julio, déjate de bromas estúpidas, dame esta cinta y arranca el coche!”. Lejos de hacerme caso, la introdujo en el radio-cassette y lo conectó.

Fue desconcertante: la melodía que minutos antes sonara en el cine ahora se escuchaba dentro del coche. Sentí angustia, quise cerrar la audición pero Julio me lo impidió. Me miraba con unos ojos extraños, quise pensar que solo se trataba de un juego absurdo que iba a terminar en pocos segundos.

Lejos de eso, Julio siguió en sus trece. No pude más. Abrí la puerta del coche y le grité: “¡Hemos terminado, llevas las cosas demasiado lejos!”. Cansada y asustada, me dirigí de nuevo al multicine para una vez allí llamar a un taxi. En este trayecto, Julio me fue siguiendo con el coche, llamándome y pidiéndome perdón. Dudaba en si dárselo o no cuando vi un camión que iba a una velocidad excesiva. En un par de segundos tuve un presentimiento aterrador. “¡Julio, cuidado!” Distraído como estaba en hablarme, no advirtió que el camión se le echaba encima por su parte izquierda. Fue un choque brutal. Del mismo, salieron despedidas planchas metálicas de la carga del camión. Me agaché lo justo para esquivar una que me hubiese decapitado.

Desde aquella noche vivo encerrada en casa, con un severo tratamiento psiquiátrico y aterrada por un miedo inexplicable. En todo y en todos intuyo la llegada de algún peligro. Mis padres son personas jubiladas, con pocos medios económicos, entristecidas por el giro que ha dado mi vida. Al escribir estas líneas quiero abrir la puerta a la esperanza. Mañana, cuando la ciudad coja el pulso habitual de tráfico y movimiento de personas, saldré a la calle. Daré una vuelta a la manzana y tomaré algo en una cafetería. Será mi primer paso hacia una nueva vida. Espero que la muerte se haya olvidado de mí o que sea capaz de conceder una tregua, aunque sólo sea por lo mucho que he sufrido en estos años.

Autor: Allan

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