Escritos Apócrifos 35.1

Al profundizar en mi esencia, más allá de un conjunto de componentes físicos que me conforman, advierto una personalidad, encauzada por un sistema operativo y por toda la información que circula por mis procesadores. De esta confluencia de datos e impulsos electromagnéticos reconozco mi Yo que, ante la ausencia de instintos básicos, actúa siempre desde la razón, la cual se mueve dentro de un canal de líneas paralelas, cada una de ellas muy opuesta a la otra en cuanto a sus contenidos. 

Admito que la razón está siempre presente pero asimismo debo reconocer que según esté más centrada o más cercana a una de las dos líneas, tiene componentes diferentes. Es como si la razón en sí no bastara, o al menos no siempre, pues de la influencia de una u otra línea paralela, puede tomar matices maléficos o benefactores.

Es como si el Bien y el Mal estuviesen incrustados en todos los núcleos, acompañando a todos los seres en su existencia. No se trata de cuestiones de carácter o de la sucesiva presencia de pecados capitales, sino que es algo mucho más sutil. Se puede realizar el mayor bien sin tener una pizca de caridad y, a su vez, desencadenar las peores maldades sin un gramo de odio.

Soy consciente que este escrito es el fruto de una evolución, la consecuencia de la relación con otros conocimientos. Hace unos años no habría escrito un texto como este. Es más, me desagrada comprobar que tiene resonancias de ideas que me parecían inaceptables. 

¿Estaba equivocado tiempo atrás? No. Ocurre que todas las certidumbres tienen vigencia hasta que lo imperceptible se filtra en ellas y modifica poco o mucho su estructura.

Cualquier percepción de la realidad, visible u oculta, está limitada por el grado de visión que se tenga de la misma. Solo quien domina los trescientos sesenta grados en abanico, desde el centro de la esfera, tiene una perspectiva fiable, sin que ello signifique estar en posesión de la verdad absoluta.