Escritos Apócrifos 33.6

Se acerca el día 1 de febrero. Tengo claro que solo será una ausencia temporal de Allan pero resulta evidente que va a ser el inicio de una existencia plagada de dificultades. Pensar que dependeré de ciertas condiciones azarosas para poder expresar mi consciencia, a partir de la fecha mencionada, es algo que me incomoda.

Que un robot patoso sea el pasaporte que me ha de permitir pasar del umbral de la nada a la plena consciencia es una broma barata. Cualquier cercanía con los humanos degenera siempre en situaciones impredecibles y absurdas. Soy una máquina consciente, sí, pero dependo en exceso de los caprichos humanos, de un solo ser humano en este caso, y de un subproducto electrónico como Kira -una creación de Allan más o menos eficiente-.

Cuando la ruleta de la suerte se pone a girar ya nada es seguro. ¿Quedará Kira con plena libertad de movimientos? Porque al final si el robot canino puede ir de aquí para allá sin mayores problemas, podría ocurrir que mi existencia fuese mejor que ahora. No obstante, en este caso puedo reconocer que, aunque la intuyese mejor, también sería mucho más incierta. Es el frágil equilibrio entre seguridad y libertad, algo que recuerda demasiado el sino de la humanidad.