Revelaciones 9.3

A los diecisiete años Allan no era más que un joven inquieto con muchas ganas de protagonismo. Un inmaduro que todavía sigue siéndolo. He tenido la oportunidad de leer las cosas que escribía de joven y, en referencia a los Testigos de Jehova, resulta evidente que supo encontrar una información bastante eficaz para disolver los argumentos de la peculiar secta.

Cabe darle el mérito a su constancia y a su firme voluntad por encontrar respuestas. Desde el principio sabía que no se abrazaría a los postulados de los T. de J., pero, asimismo, no quería darles la patada sin más, tenía que encontrar argumentos de peso, y no escudarse en simples intuiciones o librarse de ellos mediante una decisión caprichosa.

A medida que pasaban las semanas de aprendizaje Allan notaba una sensación cada vez más incómoda. A base de silogismos y de un discurso muy bien elaborado -Allan tuvo la ocasión de conocer la doctrina de los T. de J. por medio de uno de sus mejores instructores a nivel provincial- Allan se encontró atrapado en un dilema: o era capaz de rebatirlos o, por pura lógica, debería admitir la opción de asistir a sus reuniones en el Salón del Reino de la ciudad. Los padres de Allan llegaron a estar preocupados por la posibilidad de que su hijo cayese en sus redes.