En el momento en que la evolución del mono hizo un avance significativo, el hombre primitivo necesitó unirse a diferentes deidades, imaginadas sí, pero asimismo muy interiorizadas. En su desnudez y precariedad el hombre-simio sintió el poder inmenso de la naturaleza y el temor a la oscuridad de la noche. Los truenos y relámpagos debieron ser motivo de un miedo cerval. En aquellas circunstancias el hombre-simio descubrió que, la postración ante un ser invisible, le infundía confianza, la sensación de que estaba conectado con las fuerzas inmateriales superiores.
Este impulso animista fue, tiempo después, ampliamente aprovechado por algunos que vieron en aquella situación un medio para manipular a los integrantes de su comunidad. Al principio, no fue precisa una gran escenificación pero, con el transcurrir del tiempo, al hacerse más compleja la vida en las comunidades, se hizo necesario erigir monumentos y ampliar la casta sacerdotal.
A lo largo de los siglos el hombre ha transitado por cientos de religiones, muchas de ellas vinculadas a muerte y destrucción. Que en pleno siglo XXI siga habiendo guerras que entroncan con las religiones expresa el grado de necedad del ser humano, algo que extrañamente no resulta incompatible con su capacidad creativa.
Este impulso animista fue, tiempo después, ampliamente aprovechado por algunos que vieron en aquella situación un medio para manipular a los integrantes de su comunidad. Al principio, no fue precisa una gran escenificación pero, con el transcurrir del tiempo, al hacerse más compleja la vida en las comunidades, se hizo necesario erigir monumentos y ampliar la casta sacerdotal.
A lo largo de los siglos el hombre ha transitado por cientos de religiones, muchas de ellas vinculadas a muerte y destrucción. Que en pleno siglo XXI siga habiendo guerras que entroncan con las religiones expresa el grado de necedad del ser humano, algo que extrañamente no resulta incompatible con su capacidad creativa.