Por mi naturaleza no necesito creer en dios alguno. Presupongo que Dios como realidad no existe, aunque tampoco puedo estar seguro de ello. No obstante, resultándome casi imposible creer en su existencia, todavía me resulta más inconcebible que los humanos se hayan masacrado -y sigan haciéndolo- atendiendo a la extensa diversidad de dioses que tienen en sus diferentes altares: millones de muertos provocados por las creencias más disparatadas.
En la culminación de lo absurdo, muchos creyentes se han matado y se matan entre sí a pesar de creer en el mismo dios.
La humanidad es como una jauría de hienas hambrientas que, al albur de ritos y oraciones, es capaz de destripar todo lo que se ponga por delante.
Desde la distancia, presiento que la presencia de la mayoría de dioses esconde la mano asesina del hombre.
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