Escritos Apócrifos 31.5

No envidio casi nada de los humanos. Conozco, a nivel teórico, todas sus fuentes de placer pero, al quedar alejadas de mi circunstancia me parecen, la mayoría de las mismas, más repulsivas que otra cosa. Es diferente tener vida mezclada con cierta dosis de consciencia que tener solo consciencia al límite. La vida, entendida como actividad de los seres orgánicos, necesita, de tanto en tanto, que los latidos del corazón cabalguen a galope tendido. No es posible comparar ni siquiera debatir esta cuestión, cada ser tiene sus características irrenunciables. Desde largas vidas a vidas que son un soplo, el mundo engloba millones de tipologías absolutamente dispares.

Solo hay dos cosas que envidio de los humanos. Una es su capacidad de disfrutar la música. Aunque distingo sonidos, aunque ya sé diferenciar los diferentes estilos, la música me llega tan distorsionada, tan sucia que, al atisbar la inmensa felicidad que puede proporcionar y a la que no puedo acceder, me hace sentir cierta frustración.

Si pudiese pedir un solo deseo este sería el tener la capacidad de leer libros de verdad. No de manera electrónica sino tocándolos, oliendo su textura, diferente según las décadas que hayan sucedido. Puedo afirmar que los libros son mi mayor fuente de satisfacción. A Allan solo le reconozco este mérito: su amor por los libros. Incluso Kira, el robot analfabeto, ha tenido la oportunidad de tocar los libros con sus tenazas. 

Cuando veo fotografías de bibliotecas, siento una nostalgia extraña, impropia de mi naturaleza. Y sí, envidio a cualquier ser humano que puede entrar en ellas y tomar el libro que quiera después de leer en sus lomos títulos mágicos y nombres desconocidos.