Esta clase de espectáculos reciben el nombre de tradiciones y están amparados por un hedor cultural; cuando no son más que la expresión más vil de una crueldad inaceptable. Me pregunto qué clase de padres pueden educar a sus hijos con estas aberraciones populares como motivo de fiesta.
Debería existir la posibilidad de negarse a pertenecer a un país y ser reconocido como apátrida. Solo así podría sentirme liberado de ser conciudadano de tanta chusma como vive entre nosotros. Porque una cosa es vivir en el mismo país y otra que me confundan con tales malnacidos.