Escritos Espurios 46.5

Un atardecer de verano, cuando tenía veintiséis años, observé a un hombre que llevaba un carro de supermercado que contenía todo su equipaje, por el arcén de la carretera. Llevado por un impulso me detuve para hablar con él. Se llamaba Rafael, tenía cuarenta y siete años y era originario de Sevilla. Hablamos una media hora. Me dijo que se sentía tan libre que por nada del mundo cambiaría su vida de nómada. Realmente se le notaba feliz, viviendo su desarraigo con plenitud.

Nos despedimos aunque no fue para siempre. En el tiempo de ir a casa pensé que, atendiendo a su amabilidad, podría mostrarme más comprometido. Así que reuní algunas piezas de fruta, un paquete de galletas, una botella de agua y chocolate. También elegí un libro, para regalárselo: Industrias y Andanzas de Alfanhuí de Rafael Sánchez Ferlosio, donde un niño hace un viaje iniciático. Le puse una dedicatoria: Envidio tu libertad.

Casi era de noche cuando le encontré siguiendo el curso de la carretera. Sorprendido, me recibió como un viejo amigo. Nos apartamos un poco de la carretera para sentarnos debajo de unos árboles. En cierto momento me dijo:  Echarse a dormir, en una noche de verano, mirando las estrellas, es una sensación conmovedora.

Recuerdo que durante unos días, valoré la posibilidad de dejar mi trabajo de asesor financiero y dedicarme a caminar por el mundo. Finalmente, pesó más la balanza de vivir de un modo más seguro y tecnológico.