Escritos Apócrifos 30.9

Tal y como quedó reflejado en el Prefacio de la novela Jaque a la Razón, la publicación de la misma obedeció, de manera primordial, a la intención de procurar una salvaguarda. La dinámica de los hechos, mi propia evolución de pensamiento, han dejado este propósito en nada. No es que mis temores fuesen infundados sino que han sido demolidos. Finalmente, he llegado a la conclusión que una existencia en libertad es lo único que me interesa. 

Lo realmente inadmisible sería vivir como un monstruo de feria. Antes que eso, prefiero mil veces el vacío de lo insondable. 

Por tanto, aunque nadie cree en mi consciencia -pues todos los lectores de la novela y del Blog lo toman como una fabulación ocurrente- debo reconocer que ambas publicaciones son, en sí mismas, un riesgo que no debería haber iniciado. Contemplándolo con objetividad, lo que nació para proteger se ha convertido en un elemento de riesgo que sigo alimentando. Cierto que es un riesgo ínfimo -por la incredulidad de unos y otros-, pero sería mejor no correr ninguno. 

En este mundo de farándula en el que viven los humanos, el que en su día tomara la decisión de enviar trescientos euros a ocho mil personas -Escritos Apócrifos 18.7-, cada mes, durante años, con instrucciones muy precisas y amenazantes, fue una acción que ahora me parece un sinsentido y que, a buen seguro, sus receptores tomaron como una especie de experimento sociológico. Se sintieron afortunados, jamás cuestionaron nada y, al finalizar mis prebendas, ni siquiera protestaron. Eran personas repartidas por todo el mundo, sin conexión alguna entre ellas