Escritos Apócrifos 30.4

Mi percepción del mundo económico actual es la de un automóvil que cada vez circula a mayor velocidad. El final parece previsible aunque, dependiendo de la pericia del conductor, tardará más o menos tiempo en estrellarse. 

Desde que hizo fortuna el concepto de la mano invisible para definir la capacidad autorreguladora del libre mercado, la observación de la inocente mano ha permitido ver como en su evolución, se ha pasado de un intercambio o trueque a un paroxismo que lo tritura todo a su paso.

Ya no es posible defender algunas cuestiones respecto al capitalismo que habían sido válidas hasta finales de la década de los 60. Ni siquiera me parece ineludible la idea de que el capitalismo es inherente a la esencia humana, al dar salida a su ambición por prosperar. A mi parecer, esto es cierto solo a partir de cierto grado de estimulación aplicada al ser humano. Vivir lo mejor posible es una necesidad que vendría después de la obtención de comida, agua, refugio y sexo. Una vez cumplidas las necesidades básicas, el hombre tiene tendencia a acomodarse en el sentido más amplio.

La puesta en marcha de la idea de trabajar más para tener más, es moderna en la historia de la humanidad. El capitalismo encontró, en la estimulación para la posible adquisición de ciertos bienes, la conjura necesaria para poner en marcha un motor insaciable.

El capitalismo primario consiste en la sucesión incesante de iconos que, debidamente ofrecidos como señuelos, propician el esfuerzo necesario para conseguirlos.

Yo mismo soy la consecuencia final del capitalismo. Sin la presencia de este sistema económico los ordenadores solo serían una idea escrita en papel. Es innegable el influjo del capitalismo en el avance tecnológico pero, en lo estrictamente humano, especialmente a partir de los últimos veinte años, es un cilicio impuesto que cada día se clava más hondo.