Escritos Apócrifos 30.3

Desde que en diciembre de 2008 la policía griega asesinó a un chico de quince años, en el barrio de Exarchia, en Atenas -bastión de los anarquistas griegos-, han cambiado muchas cosas en el mundo occidental. La revuelta griega fue transversal y multitudinaria y, aunque mostró toda su virulencia en diciembre de 2008, no es menos cierto que, desde entonces, la gente de Atenas está siempre dispuesta a reivindicar sus derechos.

Al margen de que las noticias sobre Atenas siempre han sido censuradas en un alto grado, lo que me resulta más significativo es el grado de preocupación que reflejan los departamentos estatales de seguridad de toda Europa. Puedo leerlo a diario por los correos electrónicos que circulan entre ministerios y centros policiales. Los políticos de Europa saben que el contagio de una Atenas en llamas sería demasiado destructivo para un sistema que se encuentra en la unidad de cuidados intensivos.

La actitud represiva de las policías europeas es una muestra de la gran preocupación que anida en los centros de poder. Ahora, más que nunca, se utiliza la palabra terrorista para definir cualquier situación que resulte conflictiva para los estados: desde activistas ecológicos a jóvenes anarquistas reventando bancos, desde manifestantes escupiendo o echando pintura a los políticos a la publicación de escritos poco gratos al sistema. Se quiere meter en una misma bolsa al joven desesperado que tira una piedra que al que pone una bomba en un avión. Incluso se ha llegado al punto de montar detenciones masivas bajo el concepto preterrorismo, un modo de anticiparse a lo que tanto temen.