Me pareció todo tan nefasto que creo que esta es la razón por la que seguí viéndola. El pabellón de deportes podría estar ubicado en algún poblacho perdido del África subsahariana, decadente hasta sus últimas consecuencias. El partido en sí, como todos los de este deporte, una sucesión de jugadas reiterativas sin mayor emoción que la igualdad en los goles. El hockey sobre patines me parece un deporte anticuado, sin demasiado interés para el espectador, máxime si se mira por televisión. Me sorprende que haya chicos que quieran jugar a eso.
Que Catalunya sea la primera potencia mundial en este deporte no es algo circunstancial. Siendo un deporte sin ningún peso, Catalunya no consiguió tener federación propia a pesar del empeño que se puso en el intento de Fresno, en el año 2004. Un par de llamadas desde España fueron suficientes para derrotar la esperanza de algo que, al igual que ahora con la independencia, parecía algo hecho.
No obstante, lo más chocante fue reflexionar sobre la vida del portero de un equipo de hockey sobre patines. ¿Qué motivación le lleva a eso? Estar siempre de cuclillas, sin casi moverse, recibiendo pelotazos y resguardado en su escafandra de monstruo no me parece nada sugerente. Rejillas, protectores, casco, guantes, etc; una parafernalia agobiante que, en épocas de calor en pabellones asfixiantes, debe ser una tortura. ¿Cómo se toma la decisión de ser un bulto delante de una portería que casi queda escondida detrás de uno? Estoy convencido que estos porteros son diferentes al resto de los humanos. Los veo como anacoretas en su cueva. En vez de ponerse de rodillas para rezar, se ponen de cuclillas para que les den pelotazos y bastonazos. Es un camino hacia la santidad.
Con todo, lo más deplorable era escuchar al locutor de TV3 ensalzando una emoción que no estaba presente, colmando de elogios a unos y otros, en especial a los porteros. Creo que si pusieran a un muerto bien orondo de portero, pararía el ochenta por ciento de pelotazos que le lanzaran. Con eso queda todo dicho.
