Revelaciones 5.7

Las preferencias pictóricas de Allan son altamente dudosas. Su criterio es el propio de un principiante. Cierto es que no soy un experto en estas cuestiones pero, su ignorancia en este y tantos otros temas, es considerable.

Mi entrada de hoy no tiene la intención de humillar a Allan, tan solo quiero dar a conocer una anécdota suya, material al que sois tan aficionados.

A mediados de agosto del año 2006, Allan visitó Bilbao. En esta ciudad, como cualquier turista que se precie, dedicó una mañana al museo Guggenheim, sin más pretensión que la de valorar su arquitectura y entretenerse con alguna chapuza del arte contemporáneo, siendo desconocedor de los contenidos que guardaba el museo en aquellos días.

Su presencia era más testimonial que otra cosa hasta que, al entrar en una sala, se dio de bruces con un inmenso cuadro que, desde que tuvo la oportunidad de verlo por Internet, se juramentó para ir un día al Hermitage, en San Petersgurbo, para imbuirse de su atmósfera. Es un cuadro que, visto desde la pantalla de su ordenador, le fascinó. Lo considera el cuadro más imponente que jamás haya visto.