Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
en el apartado Páginas.

J A Q U E A L A R A Z O N

25.3.13

Escritos Espurios 30.6

Trascendentalismo y destino ( y XIII )

Desde el otro lado de la línea telefónica se escuchó una pregunta:

 -¿Qué pasa, Tanita? ¿Quién llama?

Tanita contestó, con voz insegura:

 - Es John, de Concord. No sé porque aparece después de tanto tiempo. Además, no dice nada, se mantiene callado.

Michael le arrebató el teléfono a Tanita. Con un tono de voz desafiante, dijo:

 - ¿Qué quieres idiota, todavía no has superado el trauma?

John se mantuvo callado, no dando crédito a lo que estaba sucediendo. Michael insistió:

 - Antes de colgar te diré una cosa: lo que estás haciendo es de psicópata, así que deja de tocarnos los cojones o te denunciaré. No tienes ningún derecho a importunarnos.

Michael se envalentonó más:

 - ¿Qué pretendes, recuperar a Tanita? -dijo, dando una risotada. Una mujer como ella perdía el tiempo a tu lado, menos mal que se dio cuenta de ello.

Cerca del teléfono se escuchaba llorar a Tanita, superada por la situación. John seguía como ausente, disperso entre las peripecias del destino.

Por fin, después de nuevas amenazas, Michael colgó el teléfono.

John me miró fijamente. Me odiaba.

En mi obnubilación quise darle esperanzas, decirle que, a pesar de lo desagradable de lo acaecido, no se podían descartar consecuencias positivas para él. Pero ni me dejó hablar. Se levantó y dijo:

 - Márchate y no vuelvas más por aquí.

Tom, el perro, captó el nuevo matiz autoritario de su dueño. Fue su oportunidad para volver a mostrase agresivo conmigo. Se puso a ladrar de manera desaforada. Me levanté, dispuesto a irme. John no me dio la mano, más bien me dio un leve empujón en el hombro, tenía prisa para que me fuera.

Este nuevo gesto acrecentó la actitud del perro. Mordió los bajos de mi pantalón, gruñendo. Fue entonces cuando, al querer desembarazarme del perro, moví la pierna derecha con fuerza. El perro salió disparado hacia la izquierda, chocando con las piernas de John, quien cayó al suelo bruscamente, golpeándose la cabeza con un saliente.

Los ladridos dieron paso a los gemidos del perro, intuyendo la tragedia. La cabeza de John era un pequeño manantial de sangre. Me quedé en estado de shock durante casi un minuto, sin saber qué hacer. En este espacio de tiempo, la sangre se había adueñado de parte de la sala. Tom dejó de gemir para lamerla.

Salí de la casa para pedir ayuda. Me tropecé con la mesa blanca del porche, tirando la zapatilla al suelo. Pensé en llevármela pero descarté la idea en un segundo.

Lo que ocurrió después es muy previsible: un vecino llamó a una ambulancia y a la policía. En pocos minutos se confirmó la muerte de John y la policía me llevó a comisaría.

Después de explicarles la historia que he escrito, me metieron en un calabozo a la espera de pruebas e investigaciones. No sé lo que pasará, aunque pienso que en pocos días estaré de nuevo en la calle.

Cuando Thoreau se negó a pagar los impuestos que financiaban la guerra de Estados Unidos contra México, fue encerrado durante un día en la cárcel de Concord. Solo fue un día, pues su tía pagó por él. Me gustaría pensar que tal vez, solo tal vez, esté encerrado en el mismo calabozo donde estuvo preso el gran filósofo trascendentalista.



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