Escritos Espurios 23.2

Un poco más del Regalo envenenado de Allan, aunque ya no publicaré mucho más al respecto.

En las siguientes semanas, la relación entre mi padre y yo, sufrió un profundo cambio. Pasábamos mucho más tiempo juntos, encerrados en alguna habitación o en el patio, para que mi madre no pudiese escucharnos. La estrategia referente a los temas económicos estaba muy clara: ganaríamos más dinero del que gastaríamos, pero estaría a buen recaudo. Nuestra vida no iba a ser alterada por ello, más allá de algunas concesiones puntuales.

La idea era acumular dinero para ayudar a otros miembros de la familia, siempre dentro de la misma línea adoptada para nuestro núcleo. Mi padre también aspiraba a colaborar con entidades benéficas, en el marco de una sensatez pactada, para no levantar ninguna sospecha.

Mi padre abrió cuentas en diferentes bancos de Barcelona para, de este modo, pasar inadvertidos.

Un día, después de tratar las opciones del futuro más inmediato, mi padre me preguntó:

 - ¿Sabes cuántos años voy a vivir?

Conocía la fecha de su muerte, a los ochenta y cinco años, pero preferí decirle que hasta donde llegaba mi sueño, él seguía vivo, así como mi madre y mis dos hermanas.

Sonrió.