Escritos Espurios 22.5

Hace unos diez años Allan escribió su opinión sobre las corridas de toros. Desde entonces, no ha habido ninguna novedad al respecto, por lo que puede presuponerse que no ha variado su punto de vista.

Debo reconocer la épica, la heroicidad y la estética del mundo del toreo. También tiene su dosis de riesgo, de espectáculo sangriento, en el que todo puede ocurrir. Los razonamientos de los partidarios de las corridas de toros también aducen su vertiente económica. Es algo ciertamente indiscutible. Otro aspecto a tener en cuenta es que, sin corridas, el toro de lidia desaparecería.

Desde niño tuve la oportunidad de ver corridas de toros por televisión. Sin seducirme, a veces contemplaba la muerte de algún toro. Es curioso lo que acaece a nivel psicológico. Desde el momento en que asimilas el escenario de la corrida y sus consecuencias, llegas a relativizar lo que se le hace al toro. Hasta el punto en que, salvo carnicerías malditas, puedes ver la matanza sin pestañear. Es lo que tiene la peligrosa habituación: llegas a aceptar con cierta normalidad contenidos que deberían producirte indignación. Jamás podría ver lo que se hace al toro aplicado a un caballo. Este ejemplo es demoledor. Nos hemos habituado a un estereotipo y, por el hecho de hacerlo, casi lo aceptamos. 

Algunos partidarios del toreo sangriento llegan a decir que la bravura elimina el sufrimiento del animal. También es un alegato recurrente el de poner en boca del toro una posible aceptación de su destino: el toro preferiría mil veces morir así, después de unos años de buena vida en la dehesa, a estar en una cuadra hasta ser llevado a un sórdido matadero.

El toreo sin sangre podría ser una alternativa, aunque a los puristas no les vale, lo ven como una fantochada. En mi opinión, sin quitar razones a los taurinos en determinados aspectos, creo que lo esencial radica en la evolución de la sociedad. Una sociedad que maltrata a los animales, bajo la excusa que sea, nunca será una sociedad avanzada. No me cabe duda que hay animales que llevan una vida miserable, hacinados en cobertizos, alimentados con piensos carroñeros, y llevados a una muerte en serie, donde los bramidos de los animales hace que enloquezcan de terror.

Nuestra sociedad debería dar un paso adelante en cuanto al respeto que hay que otorgar a los animales, ya sean de compañía o para nuestro consumo. En esta dinámica, el toreo sangriento debería dejar paso a un toreo incruento que, aunque fuese el anticipo de su muerte anunciada, daría cierto margen para que las ganaderías y tanta gente que vive del mundo del toro, pudieses adaptarse a los nuevos tiempos.