Escritos Espurios 18.1

Allan llevaba meses sin casi salir. Solo lo había hecho para ir a un entierro y para alguna algarada callejera. Ayer se humanizó un poco.

Ayer estuve en Girona, en la semana del Temps de Flors. Hacía algo más de cuatro años que no me acercaba hasta ella. Al aparcar el coche, lucía un sol de primavera, vivificante. Hice un pequeño paseo antes de ir a comer. Una hora y media después, el tiempo había cambiado: nublado y fresco, con algunas gotas de lluvia. Tuve dos percepciones diferentes de Girona, una ciudad caleidoscópica, siempre fascinante en sus estructuras cristalinas.

Estuve algo más de nueve horas en Girona, de las que casi cinco las pasé caminando. Reconozco que en las cuatro primeras, sentí un éxtasis permanente. Los recuerdos de antaño, el reconocimiento de tantas sensaciones vividas, la belleza del Casc Antic -reiterada por los patios abiertos y accesibles-, la creación artística de autores anónimos, engarzada entre piedras centenarias, elevaron el nivel de felicidad hasta el punto más sublime.

Quise ser conciente de ello. La espiral mental me daba felicidad y me aportaba, a su vez, ingredientes para subir su umbral. No debería recomendar a nadie la visita a Girona en Temps de Flors, pues hay un inmenso peligro de sufrir el síndrome de Stendhal. Es imposible superar el recorrido que se ofrece, el goce artístico y estético, el humanismo creativo implicado en esta ciudad.