10110 (3)
Cuando mayor era su negrura, fui a visitarla una tarde y le hice una petición.
–Me agradaría que un día, cuando quieras darme una sorpresa, me recitaras alguna poesía o algún párrafo de las obras de teatro que te sabes de memoria.
Entonces ocurrió un milagro. Haciendo un supremo esfuerzo, cerrando los ojos con toda la fuerza, rescató de su interior una poesía. Cada palabra le supuso una fatiga. Así, poco a poco, fue desgranando unos versos de Calderón de la Barca:
–¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción / y el mayor bien es pequeño: / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son.
Me emocioné. Me acerqué a ella y le di un beso en la frente. Después, cerré los ojos y viajé muy lejos, a mi infancia. Recordé como ella y Arsenio me enseñaron a soñar, a vivir aventuras sin salir de casa. Al abrir los ojos, le sonreí. Tomándole las manos, le dije: “Muchas veces has dicho con orgullo que me habías enseñado a leer. No solo fue eso. Con Arsenio, sembrasteis en mi alma semillas de múltiples ilusiones. Quiero que sepas que aquel niño que soñaba, es ahora un hombre que vive sus sueños.”
*
Cuando mayor era su negrura, fui a visitarla una tarde y le hice una petición.
–Me agradaría que un día, cuando quieras darme una sorpresa, me recitaras alguna poesía o algún párrafo de las obras de teatro que te sabes de memoria.
Entonces ocurrió un milagro. Haciendo un supremo esfuerzo, cerrando los ojos con toda la fuerza, rescató de su interior una poesía. Cada palabra le supuso una fatiga. Así, poco a poco, fue desgranando unos versos de Calderón de la Barca:
–¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción / y el mayor bien es pequeño: / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son.
Me emocioné. Me acerqué a ella y le di un beso en la frente. Después, cerré los ojos y viajé muy lejos, a mi infancia. Recordé como ella y Arsenio me enseñaron a soñar, a vivir aventuras sin salir de casa. Al abrir los ojos, le sonreí. Tomándole las manos, le dije: “Muchas veces has dicho con orgullo que me habías enseñado a leer. No solo fue eso. Con Arsenio, sembrasteis en mi alma semillas de múltiples ilusiones. Quiero que sepas que aquel niño que soñaba, es ahora un hombre que vive sus sueños.”
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