Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
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J A Q U E A L A R A Z O N

25.1.11

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La opción más temida por Dios


19 de abril de 2000

El miércoles, a las diez de la mañana, se ofició la ceremonia del funeral por la hermana del alquimista. En la iglesia de Santa Susanna, con la presencia de algunos familiares y personas cercanas, se dio el último adiós a aquella mujer espectral. Allan ocupó un banco que quedaba muy atrás respecto del resto de los asistentes, como en un intento de estar sin estar, con la áspera certeza de ser un intruso. Arrepentido, vivió su particular calvario.

Una vez cumplidos los trámites de rigor, la gente salió al exterior para dar el pésame al alquimista. Allan permaneció sentado en el banco casi sin levantar la vista del suelo. Al cabo de media hora, cuando el cortejo fúnebre se hubo diseminado, Allan se dirigió al domicilio del alquimista. Esperaba la indulgencia del perdón pero con la íntima convicción de no ser merecedor de implorarlo.

Cerca de la una del mediodía el alquimista regresó a su domicilio. La situación fue reflejada por Allan del modo que sigue:

“Al ver al alquimista bajé la cabeza. Quise mostrarle mi postración, sin decir nada. Sin esperarlo, pero anhelándolo con desesperación, se dirigió hacia mí.

–Quiero agradecerle su asistencia al funeral. Estoy seguro de que nadie ha rezado por el alma de mi hermana con más vehemencia que usted.

Levanté la cabeza con los ojos llenos de lágrimas. La emoción del perdón no puede compararse a nada. Me costó articular alguna palabra. Al fin, dije:

–En estos últimos meses usted me ha enseñado muchas cosas, pero su gesto ha sido la más hermosa de las lecciones. El lunes por la noche pude conocer aspectos recónditos de mi alma, límites desconocidos que me han perturbado de un modo desmesurado. Mi comportamiento fue miserable, antepuse mi voraz curiosidad a la solidaridad humana más primaria. No me atrevo a pedirle perdón, pero lo necesito.

Me miró con bondad.

–Su pecado ha tenido una severa penitencia. Dios siempre perdona en estos casos.

–¡Espere, no siga! La otra noche cometí otra falta.

Del bolsillo de mi chaqueta, saqué la media docena de terrones que le había hurtado.

–Esto le pertenece. Le aseguro que los cogí al pensar que no eran más que desechos, muestras sin valor. Pero ahora que he detectado el poder de mi demonio interior quiero vencerlo sin darle ni un segundo de tregua.

Movió la cabeza. Irónico, comentó:

–Parece que tuvo usted una mala noche... Sí, está en lo cierto, estas muestras de mineral no me sirven para nada. Puede quedárselas.

Ante tanta generosidad me sentí renacer.

–Quisiera ofrecerle las cuatro láminas que le faltan. Iré al coche a buscarlas.

–No es necesario que lo haga. Durante estos meses he pecado de ambición, lo acepté como discípulo por la codicia de unas láminas inspiradas. He llegado al final de un camino. La muerte de mi hermana, justo en el momento en que se produjo, es una coincidencia que invita a la reflexión. Mi tiempo para la alquimia operacional ha terminado. Ahora todo el tiempo será para una alquimia más interior. Yo también tengo algún demonio al que abatir.

Me alargó la mano. La estreché con fuerza. Al cogerla tuve la sensación de recoger un testigo, de tomar su relevo.”

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