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A una indicación del alquimista me incorporé a su lado, detrás del balancín que ocupaba su hermana. Su mano derecha asió la cabeza de la enferma. Con la otra, cogió mi mano y la restregó por la testa de la achacosa mujer. Aquella cabeza desplumada, escamosa, donde las venitas semejaban una red viaria, era un cepillo poco tupido de una micra de largo. Parecía que la habían rasurado un par de horas antes.
Retiré la mano de un modo instintivo, mientras la vieja gimió, quejosa.
–¿Cómo se explica eso? –inquirí incrédulo.
Aquello no era lógico. Unas docenas de cabellos blancos y largos, repartidos en un malparado cuero cabelludo, hacían del todo imposible un rapado de tal guisa.
–Mi hermana está a punto de cumplir noventa años y, a esta edad, le brota nuevo cabello. Como puede observar, la calvicie ocupa un lugar preferente en mi cabeza. No vaya a pensar que por un albur he descubierto un crecepelo. En realidad, eso ha sido un resultado marginal a los tratamientos que le administro. A mi hermana poco le importa un mechón más o menos de pelo y, créame, el hecho no se limita a un simple ejercicio de química moderna. Un poco de esto, otro poco de aquello... Sería gracioso, ¿verdad?
La mirada del alquimista se perdió más allá de la estancia. Parecía observar el trasiego anodino del mercado de abastos que se divisa desde el ventanal del comedor. Mientras, la mecedora gimoteaba ante los débiles impulsos de la enferma, encogida y con la mirada fija entre las páginas de su pequeño libro.”
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A una indicación del alquimista me incorporé a su lado, detrás del balancín que ocupaba su hermana. Su mano derecha asió la cabeza de la enferma. Con la otra, cogió mi mano y la restregó por la testa de la achacosa mujer. Aquella cabeza desplumada, escamosa, donde las venitas semejaban una red viaria, era un cepillo poco tupido de una micra de largo. Parecía que la habían rasurado un par de horas antes.
Retiré la mano de un modo instintivo, mientras la vieja gimió, quejosa.
–¿Cómo se explica eso? –inquirí incrédulo.
Aquello no era lógico. Unas docenas de cabellos blancos y largos, repartidos en un malparado cuero cabelludo, hacían del todo imposible un rapado de tal guisa.
–Mi hermana está a punto de cumplir noventa años y, a esta edad, le brota nuevo cabello. Como puede observar, la calvicie ocupa un lugar preferente en mi cabeza. No vaya a pensar que por un albur he descubierto un crecepelo. En realidad, eso ha sido un resultado marginal a los tratamientos que le administro. A mi hermana poco le importa un mechón más o menos de pelo y, créame, el hecho no se limita a un simple ejercicio de química moderna. Un poco de esto, otro poco de aquello... Sería gracioso, ¿verdad?
La mirada del alquimista se perdió más allá de la estancia. Parecía observar el trasiego anodino del mercado de abastos que se divisa desde el ventanal del comedor. Mientras, la mecedora gimoteaba ante los débiles impulsos de la enferma, encogida y con la mirada fija entre las páginas de su pequeño libro.”
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