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El alquimista se retiró a otra habitación. Al poco rato regresó con un botellín. La enteca mujer apuró con deleite el líquido vertido en la cucharilla, al tiempo que un imperceptible color rosado iluminó su rostro. Entonces, cerró los ojos, sumida en una plácida tregua. Me fijé en el pequeño frasco que el alquimista dejó encima de la mesa. Lleva una etiqueta casera. Supuse que la sustancia del mismo debía de ser un mejunje de producción propia.
La doliente mujer se mecía de nuevo en el balancín, mientras el alquimista reparaba la obstrucción de la boquilla de su pipa.
–¿Cuál es la afección que la aqueja? –pregunté.
El alquimista se dirigió a un estante y tomó un libro. Me lo entregó. A continuación comentó:
–Es una enferma crónica. A su precaria salud hay que añadirle unas alergias difíciles de determinar. Está aquejada de asma y tiene los bronquios empapados de una gelatina blanca. Desde hace unos años, he conseguido aliviar algunas de las dolencias que la afligen.
Cruzó una mirada de complicidad con su hermana, quien gesticuló con los labios en un intento por reafirmar lo escuchado. Entretanto, mis manos hojeaban un libro de aire milenario, un tratado de botánica oculta.
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El alquimista se retiró a otra habitación. Al poco rato regresó con un botellín. La enteca mujer apuró con deleite el líquido vertido en la cucharilla, al tiempo que un imperceptible color rosado iluminó su rostro. Entonces, cerró los ojos, sumida en una plácida tregua. Me fijé en el pequeño frasco que el alquimista dejó encima de la mesa. Lleva una etiqueta casera. Supuse que la sustancia del mismo debía de ser un mejunje de producción propia.
La doliente mujer se mecía de nuevo en el balancín, mientras el alquimista reparaba la obstrucción de la boquilla de su pipa.
–¿Cuál es la afección que la aqueja? –pregunté.
El alquimista se dirigió a un estante y tomó un libro. Me lo entregó. A continuación comentó:
–Es una enferma crónica. A su precaria salud hay que añadirle unas alergias difíciles de determinar. Está aquejada de asma y tiene los bronquios empapados de una gelatina blanca. Desde hace unos años, he conseguido aliviar algunas de las dolencias que la afligen.
Cruzó una mirada de complicidad con su hermana, quien gesticuló con los labios en un intento por reafirmar lo escuchado. Entretanto, mis manos hojeaban un libro de aire milenario, un tratado de botánica oculta.
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