Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
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J A Q U E A L A R A Z O N

15.11.10

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12 de octubre de 1999

“Ayer tuve el primer encuentro semestral pactado con Andrés. Lo recogí en la entrada principal de la antigua escuela, subió al coche y nos dirigimos a un restaurante de carretera, a unos ocho kilómetros de distancia, fuera de los límites del municipio. Lo encontré desmejorado físicamente y con el ánimo decaído. En cuanto a nuestro proyecto, le expuse mis impresiones y la estrategia que he adoptado para contactar con algún alquimista experto. Cree que es una línea apropiada, y opina que habría sido mejor anticiparla en un par de meses. Me transmitió cierta sensación de apremio. De manera razonada, le hice ver que todo iba mucho mejor de lo previsto. Transcurrido medio año, los dos seguíamos firmes en nuestros objetivos; él había recuperado el contacto con las apariciones espectrales y, sobre todo, nuestra actitud era de absoluto compromiso con el pacto establecido. Se disculpó alegando que el trato con las gentes del pueblo y con el ayuntamiento pasaba por momentos difíciles. Me dijo que su presencia en la antigua escuela había desencadenado un mecanismo de rechazo en el núcleo duro del municipio y, que a resultas de ello, se propiciaba una comunicación distante y desconfiada con las personas del pueblo, una secuencia compuesta de silencios y palabras en voz baja, una especie de lluvia fina que empapa su alma de pesadumbre y que tiene como finalidad su confinamiento o su destierro.

En otro orden de cosas, parece ser que la presencia de los extraños entes, que moran en la casa y en los alrededores, no le suponen ninguna inquietud ni contrariedad. Dijo algo que me hizo sonreír, una frase que denota la asimilación del ser humano a las cosas más increíbles:

–Tenemos nuestro tiempo de contacto. Hacia las ocho de la tarde, cuando mi predisposición es más favorable, me instalo en la habitación contigua al comedor –con las ventanas cerradas y con una vela encendida–, a la espera de que se produzca una aparición. A veces es larga, otras, infructuosa. Pasadas las nueve de la noche, si ningún ente se ha presentado, me retiro a mi habitación y procuro dormir. Las apariciones no siguen ningún orden, ni convenido ni previsible, pero he conseguido limitarlas a esta franja horaria. Ya no me cuestiono sobre las mismas, ahora solo estoy pendiente de captar cada detalle y cada símbolo de manera precisa.

En un momento de la conversación, le ofrecí la posibilidad de instalar un ordenador en su despacho con la voluntad de facilitar nuestra comunicación, pero rechazó de plano el ofrecimiento, aludiendo a la precaria instalación eléctrica y a la ausencia de línea telefónica en la casa. Es un hombre que vive de manera furtiva, que se esconde. Un hombre atemorizado por el mundo exterior, que ha puesto sus esperanzas en unas visiones y en el compromiso con un desconocido. Vive en penumbra, en estricta soledad, esperando que las elipses fantasmales se conviertan en algo tangible.

Su desconfianza hacia las gentes del pueblo ha calado muy hondo en su ánimo, hasta el punto de evitar, en lo posible, cualquier gestión en el mismo. Cada tres o cuatro días, se acerca hasta una localidad distante de su lugar de residencia en busca de víveres, útiles y para tramitar la correspondencia. Aparte de nuestras misivas, parece ser que mantiene contacto epistolar con un amigo del psiquiátrico, una amistad lejana en el tiempo iniciada entre aquellas paredes. Me ha facilitado su nuevo apartado de correos. Cree que con estas medidas su intimidad queda a resguardo de las maledicencias generadas a su alrededor.”


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