Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
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J A Q U E A L A R A Z O N

1.6.10

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Me levanté del banco y continué mi camino hacia el recuerdo. Al reconocer el perfil de la antigua escuela por encima de las copas de los árboles, me sentí aliviado. La mansión seguía en pie. Aceleré el paso para anticipar el reencuentro. En pocos minutos me encontré delante de la misma. Ahora parecía deshabitada. Los postigos de las ventanas estaban todos cerrados. La estructura seguía siendo la misma, con la muralla de piedra, los mismos columpios –ahora oxidados– y los mismos árboles; aunque una vegetación exuberante de matorrales y un manto de hojas que lo cubren todo, denotan el abandono. Toda la zona cercana a la casa presentaba una vegetación enmarañada. El paseo que circunda el lago no ha sido asfaltado en años. Me sujeté a los barrotes de la puerta de entrada, acaricié las piedras de la muralla, me entretuve en comprobar la textura del musgo que enraíza en sus entrañas, les sonreí a pequeñas hierbas que viven atrapadas en el cemento y di varias vueltas alrededor de la finca, como un satélite hipnotizado mientras comenzaba a anochecer.

Al fin tuve un impulso. No se veía un alma, las nubes oscurecían el cielo y noté la llamada de la vieja escuela. No tuve dificultades en saltar al interior del patio. Una vez dentro, escudriñé cada rincón, abracé a los árboles que todavía muestran leyendas de amor y signos personales en sus pieles rugosas, desmenucé el barro con los dedos para percatarme de que las piedras que servían de postes en los partidos de fútbol tenían las mismas incisiones grabadas. La mesa de ping-pong estaba cubierta de suciedad, medio podrida. Los parterres y los tiestos se hallaban agrietados, rotos. Era de noche, la luna llena estaba velada por el humo sombrío de las nubes y su reflejo vivía extraviado. Puse la mano en la puerta de entrada de la casa y me concentré al igual que un psicómetra cuando está en contacto con algún objeto. Las paredes me hablaron sin palabras, capté una onda que comunicaba ansiedad, tristeza.

De improviso, llegó a mis oídos el ruido de un motor diesel. Observé unos faros que se hacían grandes a medida que el coche se acercaba. Me escondí detrás de una gran haya para no ser visto. El coche se detuvo delante mismo de la puerta que da acceso al patio. Escuché voces y el trato por un precio, un maletero que se abre, el sordo ruido de unas maletas, el rozamiento del plástico de unas bolsas y una despedida. Escuché el tintineo de unas llaves y el chasquido de una de ellas al girar en un cerrojo herrumbroso. Escuché el chirriar de la verja al abrirse y advertí en el mismo instante como mutaron la noche y la atmósfera. Un súbito viento se abrió paso a machetazos entre las densas nubes hasta que la luz de una inmensa luna lo cubrió todo.

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