01011 (4)
En la estación de Ayerbe, en la provincia de Huesca, Allan vivió esta experiencia interior: “Se aproximaba la noche. De vuelta de Valpalmas me acerqué hasta la estación de Ayerbe. En aquella hora era una estación solitaria. Caminé unos minutos por una de las vías, en dirección norte, pisando el balasto. El rumor de aquella grava machacada me hizo pensar en muchas cosas. Sin saber cómo, acompasé los latidos de mi corazón al traqueteo de un tren invisible: el tren de la muerte. Hay unos segundos en la vida de los hombres en los que se tiene la capacidad de comprenderlo todo. También de perdonarlo todo. Caí de rodillas, lloré, y le pedí a Dios que fuese justo porque el dolor infinito merece el perdón infinito.”
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En la estación de Ayerbe, en la provincia de Huesca, Allan vivió esta experiencia interior: “Se aproximaba la noche. De vuelta de Valpalmas me acerqué hasta la estación de Ayerbe. En aquella hora era una estación solitaria. Caminé unos minutos por una de las vías, en dirección norte, pisando el balasto. El rumor de aquella grava machacada me hizo pensar en muchas cosas. Sin saber cómo, acompasé los latidos de mi corazón al traqueteo de un tren invisible: el tren de la muerte. Hay unos segundos en la vida de los hombres en los que se tiene la capacidad de comprenderlo todo. También de perdonarlo todo. Caí de rodillas, lloré, y le pedí a Dios que fuese justo porque el dolor infinito merece el perdón infinito.”
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