Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
en el apartado Páginas.

J A Q U E A L A R A Z O N

5.1.10

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“Y la tomé con los sueños. Me despertaba a cualquier hora de la madrugada para emponzoñar hojas en blanco. Intentaba reflejar con la escritura el simbolismo de los sueños, su presencia y su sentido. En los primeros días, solo pude escribir un par o tres de líneas, el simple relato de un flash. Unas semanas después las referencias eran cada vez más largas. Como un largometraje a la inversa, los eventos se recordaban persistiendo en la última imagen del sueño, que después se encadenaba con la anterior, y así sucesivamente, hasta que en cierto momento se activaba el sueño de un modo global.

Los sueños son una vorágine mental. Imágenes, rostros y mundos, archivados en las circunvalaciones, salen a bailar por las noches. Es un pozo en el subsuelo, la altisonancia más descabellada. Pocas veces son proféticos, aunque en ocasiones anticipan comportamientos. Escribía de madrugada, los pasaba en limpio al mediodía y los analizaba por la noche antes de meterme en la cama. Era una tarea muy pesada, parecida a la de los buscadores de oro: mucha arena y pocas pepitas. La mente expulsa los sesgos espurios mediante los sueños y a su vez manifiesta deseos. La imaginación onírica es libre, ilimitada e indómita, es el terreno adecuado para el libertinaje de la memoria.

Cuando las pesadillas salen de su territorio, cuando cruzan el límite e invaden el reino de la vigilia, entonces acechamos el abismo de la locura. Es mejor mantener a los sueños en cautiverio y no prolongar su presencia más allá de lo debido. Los sueños son un refugio, un recurso, pero más allá de su ámbito se convierten en un peligro. Transcribirlos a diario conlleva la precisión de muchos minutos de vida nocturna, de la mente oscura. Llega un momento en que las referencias de la vida cotidiana se mezclan con los rastros oníricos. Es entonces cuando la geometría del pensamiento se viene abajo.

Una mañana desperté con un humor de perros. Nada más toparme con mi madre mascullé un reproche y le dirigí una mirada de desaprobación. Me encerré en el lavabo, abrí el grifo y me dispuse para el aseo. Entonces tuve una revelación: la actitud contra mi madre era la consecuencia de un sueño donde ella había sido la protagonista, de tal modo que mi resentimiento no era más que la absurda prolongación de un ilógico y desdichado sueño. Me di cuenta de que el seguimiento minucioso de los avatares nocturnos auspiciaba que, de manera sigilosa, las huellas diurnas y las oníricas se entrelazasen en una convivencia malsana. Recordé que en un par de ocasiones, estando con unos amigos, había hecho alusión a unos comentarios que solo habían existido en sueños. Estaba claro que las interferencias oníricas cumplían una labor de sabotaje a la que tenía que poner fin. En pleno afeitado decidí que era el momento de dejar aquella actividad.”

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