Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
en el apartado Páginas.

J A Q U E A L A R A Z O N

19.8.09

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Al margen de la liberación que supuso para Allan aquella conversación con su tío Arsenio, lo más sustancial de todo fue el vínculo emocional que se derivó de la misma, una especie de troquelado psicológico, una unión que años más tarde culminaría por obra del azar o de la gracia divina, en una experiencia que le marcó de manera muy profunda. Pero antes de referir la misma, proseguiré con su cronología vital de acuerdo a un orden temporal.


“Nunca olvidaré los días pasados en tu compañía. Sentado en uno de los sillones del comedor contemplábamos el pequeño huerto, pasto de los pájaros hasta que un espantajo se puso al mando del lugar. Al fondo, un cobertizo resguardaba unos saquitos de semillas y abonos; herramientas y utensilios bien dispares, enlazados entre sí por una red de telarañas.

Los muebles estaban acostumbrados a largos silencios –siempre acompañados por el tic tac un poco hastiado del reloj despertador– que dejaban escuchar el sordo ruido de la carcoma devorando la mesa del comedor. Entretanto, el brasero debía avivarse con más carbonilla. Unas marinas y dos elefantes de marfil eran toda la decoración de un comedor que servía de sala de estar, costurero y despacho.

La lamparilla portátil proyectaba una luz intensa. Los sillones de mimbre se quejaban al menor movimiento y la plumilla, humedecida en tinta roja, se deslizaba sobre las inacabables recetas de farmacia. Mis dibujos se mezclaban con tu trabajo cansino. No parabas de sumar largas tiras de números sin sentido mientras te observaba impaciente, esperando la hora en que cerrases el tintero para vivir juntos nuestra amistad.

Por la tarde, acompañaba a mi tío Arsenio en su paseo diario. Siempre le pedía el mismo destino: la estación del ferrocarril. Quedaba extasiado ante aquellos armatostes. El chirriar de las ruedas y los chorros de vapor que silbaban con estruendo me resultaban familiares. Pasaba horas contemplando aquellas locomotoras tan negras como el carbón que las alimentaba.

En cierta ocasión, mi tío Arsenio preguntó al conductor de una máquina si era posible que el niño subiese a la cabina de mandos. No hubo objeción. Mi ropita lucía entre tanto hollín y telas sucias. Hacía un esfuerzo por alcanzar la visión. Me ponía de puntillas y sonreía, miraba a mi alrededor e imaginaba.”

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