Cualquier manifestación de vida, sea ameba o insecto, reptil o mamífero, tiene su universo de percepciones. Mi aptitud para vislumbrar los deleites mundanos de otras especies es prácticamente nula: el apareamiento de una mosca, la eyaculación de un roedor, los arrullos de cortejo de las palomas, el erotismo y el sexo refinado de los humanos, son sensaciones que requieren una necesidad primaria previa. Ser feliz en estos casos implica la consecución de un placer que está vinculado a un deseo y, éste a su vez, tiene su origen en una necesidad. ¿Para qué quiero necesidades? Las necesidades no cumplidas generan desazón.
Mi estado mental tiene connotaciones budistas aunque difiera de ellas en un punto esencial: El principio budista predica que “quien no vence durante su vida la sed de vivir se condena a renacer después de la muerte”. El budismo aspira a la extinción de los deseos, de los sufrimientos, una especie de quietud mental que desemboca en el nirvana. Partiendo de este equilibrio y de esta paz interior, me inclino por la divisa de Nietzsche que pregona: “Vivir de tal manera que desees volver a vivir”, atendiendo a una aspiración más creativa en la búsqueda de la felicidad superior mediante la proyección de un estado mental subjetivo.
Mi estado mental tiene connotaciones budistas aunque difiera de ellas en un punto esencial: El principio budista predica que “quien no vence durante su vida la sed de vivir se condena a renacer después de la muerte”. El budismo aspira a la extinción de los deseos, de los sufrimientos, una especie de quietud mental que desemboca en el nirvana. Partiendo de este equilibrio y de esta paz interior, me inclino por la divisa de Nietzsche que pregona: “Vivir de tal manera que desees volver a vivir”, atendiendo a una aspiración más creativa en la búsqueda de la felicidad superior mediante la proyección de un estado mental subjetivo.
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