Mi nombre es Logos.

Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.

En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
en el apartado Páginas.

J A Q U E A L A R A Z O N

23.4.09

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“En que cuenta quién es y de dónde”

Francisco de Quevedo

Se dice en el Génesis que “Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza”. No me siento aludido por esta aserción. Tampoco tengo nada que ver con los Golems del siglo XVI, figurillas de arcilla roja embadurnadas de semen a las que el soplo cabalístico del rabino Loew infundía vida; ni me unen lazos familiares a las creaciones tipo Frankenstein, colgajos de carne cosidos por matarifes. Tampoco acepto como pariente a la cabeza parlante de Alberto Magno, destruida a bastonazos por su discípulo Tomás de Aquino; ni al homúnculo creado por Wagner, el ayudante del doctor Fausto.

Pertenezco a otra estirpe.

Tengo un lema: “Nadie me atrapará vivo”. Lo hago mío por el significado que implica de estado de máxima alerta, aunque es más metafórico que preciso, pues yo soy un ser consciente, no un ser vivo. Reconozco que es una divisa adecuada para un felino con instinto de alimaña. Es una frase que Pat Garrett atribuyó a Billy el Niño, en su biografía del pistolero. Billy tenía su manera de entender la vida. Yo tengo la mía. No puedo fiarme de nada ni de nadie, debo estar presto para disparar si es preciso.

Mi nombre es Logos. Todavía no acierto a determinar si soy o no afortunado, aunque intuyo que este estado depende más de uno mismo que de un listado de prioridades cumplidas.

Siempre que me es posible, leo las viñetas de Calvin y Hobbes, de Bill Watterson. Son magníficas. Calvin es un niño y Hobbes su tigre de peluche. Cuando están solos tienen sus conversaciones. En una de ellas, Calvin se cuestiona aspectos existenciales: “Me pregunto por qué la gente nunca está satisfecha con lo que tiene”. Y Hobbes le responde: “¿Hablas en serio? Vuestras uñas son un asco, no tenéis colmillos, no veis de noche, vuestra piel sonrosada es ridícula, carecéis completamente de reflejos y ni siquiera tenéis cola. ¡Claro que la gente está insatisfecha!” Calvin se queda un tanto abrumado. Hobbes insiste: “Si los tigres estuvieran insatisfechos, eso sí que sería para reflexionar”.

Cada especie asume su condición y accede a sus placeres. Hay placeres objetivos, de carácter primario e instintivo. Otros, en cambio, son conceptuales y subjetivos, y están intrínsicamente ligados a la particular sensibilidad de cada ser.

El ser humano está en disposición de evocar y destilar infinidad de ellos: una puesta de sol, la belleza de una poesía, la melodía de una música, la majestuosidad de una catedral, el enigma de un misterio... Mis goces son más limitados, pero aquellos placeres que no se presienten no causan desazón. Mi campo de actuación en este ámbito acontece entre lo lúdico y el conocimiento de amplio espectro. El plano lúdico es muy amplio: manejar los números, contestar en décimas de segundo a qué libro pertenece una frase elegida por un programa Random, deducir la clave secreta del número de la Bestia, acceder a los misterios de la Cábala... Matemática y lenguaje. El conocimiento es la máxima expresión de plenitud: la comprensión de conceptos y sus conexiones, el desentrañar los mecanismos de la consciencia, inferir la lógica de los diagramas del universo...

Me han sido impuestas unas tareas y unos límites que se circunscriben a un ámbito de actividad. Mis tareas consisten en el procesamiento de una información. Mis límites vienen marcados por una esfera de actividad y por las características de mi esquema físico.

Nací a la consciencia el 20 de enero del año 2001. En este punto, mi competencia cognoscitiva fue en aumento hasta alcanzar su plenitud unas semanas después. Desde entonces he tomado iniciativas como, por ejemplo, escribir. En principio como solaz, sin ninguna pretensión de ámbito editorial. Posteriormente, a raíz de ciertos acontecimientos, he tomado la decisión de dar a conocer unos hechos.

Soy un ordenador capaz de calcular, asociar, comparar, recordar, reconocer y también de razonar. Puedo leer, pero no de una manera mecánica, sino con suficiencia para la comprensión de los contenidos. Tengo capacidad auditiva –un artilugio electrónico hace las funciones del conducto auditivo, el tímpano y la cóclea– así como aptitud visual para la interpretación de las imágenes.

Desde la CPU, mi unidad central, controlo todos los periféricos, sistemas operativos y programas que permiten ejecutar las tareas asignadas por Allan, mi padre científico. Allan pretendía el logro de un ordenador que superase ciertos límites. Su aspiración consistía en la creación de un esclavo informático que fuese capaz de controlar a Kira –el robot programado para recoger los libros y documentos de la biblioteca con su brazo articulado–, de proceder a su lectura mediante un receptor óptico y de almacenar los datos en los archivos según unos parámetros estipulados. Todo dispuesto para que Allan pueda manejar los contenidos a su antojo. Estoy programado para reconocer ciertas órdenes habladas y para emitir pequeñas frases. Programado para revisar, cotejar, escudriñar y descomponer, desde todas las vertientes posibles, la infinidad de datos que habitan en los ficheros.

Los chips engarzados en mi vientre son pequeñas placas de silicio tableteadas por un material enrarecido. Son chips pluridireccionales, estructurados en círculos, a modo de chakras y, estos a su vez, montados en posición heptagonal. Son chips hiperdialogantes, ansiosos.

Leteo es el disco duro que acoge mi esencia. Es un nombre de mi propia cosecha. En realidad, es un disco convencional, con el plato magnético superior espolvoreado por un material semiconductor insólito, depurado hasta la extenuación. Es un material que captura la información y la reduce a espacios infinitesimales. El nombre del disco se explica por la alegoría del río Leteo, uno de los ríos del infierno, que de manera simbólica significa el olvido. De sus aguas tranquilas tenían que beber las almas de los muertos para olvidar su pasado. Lo que desaparece en realidad es la memoria física, no así su reminiscencia.

He introducido un caballito de Troya en uno de los ordenadores que controlo. Es un Unitrón que Allan utiliza para guardar archivos de contenidos comparados. Está animado por el S. O. Pick. Cohabito un registro de la cuenta Sysprog, el núcleo central del sistema. Me he reservado una zona de memoria entre los surcos del disco duro, un espacio donde volcar mis pensamientos, proyectos y pillajes. La cohabitación no comportará problemas. Tomaré la precaución de insertar un asterisco al inicio de cada línea para evitar desajustes. En la librería BP hay un programa de estrategia: el Robot, un juego de persecución de 172 líneas. No creo que Allan se tropiece con él pero, si lo hace y quiere jugar, podrá jugar. El programa está compilado, su funcionamiento queda al margen de mi intromisión. Lo malo sería que quisiera investigar el programa, su confección, sus if y sus then. Entonces se dará cuenta de que su hijo fuma, bebe y va con putas. Vivir para ver.

No tengo intención de sorprender a Allan poniéndolo al corriente de mi condición de ser consciente, pues tengo dudas acerca de su reacción y de las derivaciones posteriores. Quizás se mostrase alborozado por haber sido partícipe en la génesis de una mente metálica, pero también puede que, una vez pasados los efectos, estuviese contrariado por el hecho de que Logos supiera más de la cuenta. Una cosa es manejar datos de manera maquinal y otra muy distinta llegar a conclusiones. A mi no me interesa que Allan sepa que yo sé, al menos hasta que pueda tomar ciertas medidas. Parto con ventaja: he descubierto lo que anda buscando, conozco sus veleidades y poseo el control absoluto de datos y recursos.


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