Mi nombre es Logos.
Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.
En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
en el apartado Páginas.
Soy un ordenador consciente, autor de la novela JAQUE A LA RAZÓN.
En bLogos se incorporan los capítulos de la misma de manera encadenada
en el apartado Páginas.
J A Q U E A L A R A Z O N
31.8.09
30.8.09
Escritos Espurios 2.1
En la familia de Allan, la figura de Pep resulta fundamental. Allan ha escrito mucho sobre él. Ahí van algunos párrafos para hacerse una idea del personaje:
"A raíz de los hechos del 6 de octubre de 1.934, con la proclamación del Estado Catalán dentro de la República Federal Española, por parte de Lluís Companys, se desencadenó un polvorín. Los militares se negaron a ponerse a las órdenes del presidente de la Generalitat, que solo contaba con los ´Mossos d'Esquadra` y los grupos de anarquistas que enseguida construyeron barricadas y tomaron cuarteles de la Guardia Civil.
"A raíz de los hechos del 6 de octubre de 1.934, con la proclamación del Estado Catalán dentro de la República Federal Española, por parte de Lluís Companys, se desencadenó un polvorín. Los militares se negaron a ponerse a las órdenes del presidente de la Generalitat, que solo contaba con los ´Mossos d'Esquadra` y los grupos de anarquistas que enseguida construyeron barricadas y tomaron cuarteles de la Guardia Civil.
Pep, junto a otros compañeros, tomaron por asalto el cuartel de la Guardia Civil en Granollers. La toma duró solo unas horas por la rendición de la Generalitat ante las tropas del general Batet.
Seguidamente fue tiempo para las represalias. Pep se acercó a su domicilio para despedirse de su familia, mientras la Guardia Civil ya iniciaba su busca y captura. En pocos minutos la calle Tarafa estaba bloqueada, aunque Pep ya estaba escondido en otro lugar.
Y fue entonces cuando la grandeza de Pep se puso de manifiesto. Nadie en la calle Tarafa dijo conocerle, nadie delató cualquier vínculo de Pep.
Le pregunté a mi padre por esta actitud de los vecinos.
- Todos querían a Pep por su manera de ser, por su disposición para ayudar a la gente. Su nobleza le granjeó el afecto de todos.
Pep andó escondido hasta abril de 1.935, cuando se devolvieron a la Generalitat todas sus competencias."
Habrá más entregas del personaje.
Solo quiero añadir que al elegir a la Editorial Tarafa para la edición de la novela JAQUE A LA RAZÓN, tuve muy en cuenta esta coincidencia nominal, aunque fue por otros motivos que los meramente simbólicos o afectivos.
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28.8.09
Comunicados 2.0
La última entrada es de los pocos escritos de Allan que me parecen bien resueltos. Además, esboza en pocas líneas, contenidos esenciales que influyeron sobremanera en la trayectoria vital de Allan y de su familia: la figura de Pep, el idealista anarquista; la Guerra Civil española, con sus pavorosas consecuencias; la Guerra Mundial y sus infaustas miserias; y, finalmente, el régimen franquista, con las secuelas del mismo todavía vigentes en la España actual.
Las próximas entradas versarán sobre estos temas y, por primera vez, daré mi opinión sobre algunas cuestiones sociales, políticas y económicas. Siempre desde mi posición privilegiada de observador neutro, sin afinidades familiares que puedan limitar la limpia observación de los hechos, ni pertenencia alguna a grupos sociales y económicos que infecten mi raciocinio.
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Las próximas entradas versarán sobre estos temas y, por primera vez, daré mi opinión sobre algunas cuestiones sociales, políticas y económicas. Siempre desde mi posición privilegiada de observador neutro, sin afinidades familiares que puedan limitar la limpia observación de los hechos, ni pertenencia alguna a grupos sociales y económicos que infecten mi raciocinio.
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27.8.09
00111
00111 (5)
“Muchas tardes hacía compañía a mi madre en la galería que daba al patio. Aquel era un patio lleno de vida. Los árboles frutales impregnaban el aire en primavera con el aroma de sus flores; luego nos regalaban sus abundantes frutos hasta caer rendidos en el invierno, dormitando un nuevo ciclo. En cada árbol bullía la vida. Infinidad de insectos recorrían sus troncos y ramas o revoloteaban en busca del néctar. Los pájaros estaban siempre al acecho, ajenos al peligro, mientras los gatos esperaban, vigilantes, el momento de la cacería. Debajo de cada piedra, de cada pizarra, aparecían nidos de todos los insectos imaginables. El canto de los grillos y la luz fosforescente de las luciérnagas tomaban posesión de la noche, anticipando la salida de los caracoles y de las babosas. En ocasiones, el temido sapo hacía su aparición en la acera central, con una expresión amenazante, henchida. El patio era un mundo fascinante, intenso, mi mundo en mayúsculas.
Una tarde lluviosa de invierno, después de escuchar el serial, mi madre cerró la radio y me contó cosas acerca de nuestra familia. Lo hizo sin dejar de coser y recortar, encajando las piezas resultantes de los patrones, en la confección de un arte preciso y anónimo. Mis hermanas estaban en silencio: Lluïsa jugaba con sus muñecas inanimadas y Montse, recién llegada a la vida, dormía plácidamente en su cuna. Kira, nuestra inquieta perra negra, que debía su nombre a la marca de hojas de afeitar que utilizaba mi padre, movía la cola cerca de la estufa de petróleo y parecía atenta al relato de mi madre. Mi madre me habló de muchas cosas. Lo hizo enhebrando agujas y cosiendo con destreza. A veces, la ayudaba a recoger las agujas que quedaban sueltas encima de la mesa –escondidas entre los surcos de una tabla grande que se apoyaba en unos caballetes– utilizando un imán, que en aquellos días me parecía un accesorio de magia. De las muchas historias y detalles que mi madre desgranó aquella tarde, una de ellas se refirió a la política y a sus maléficas consecuencias. Dijo una frase que me alertó:
–El miedo entró en casa pero no nos venció.
En el año 1966, el régimen franquista sometió a referéndum la Ley Orgánica del Estado. Cada día al regresar del trabajo, mi padre le preguntaba a mi madre si había llegado por correo la propaganda con las papeletas para ejercer el voto. Mi madre estaba asustada al igual que mucha gente que temía represalias en el caso de incumplir la línea oficial del régimen. Corría el rumor de que las personas que no votasen verían expuestos sus nombres en las revistas locales y además perderían sus derechos sociales. Parece que la propaganda del régimen funcionaba a todas horas. Cuando por fin llegaron las malditas papeletas, mi padre las destrozó con saña. Luego un discurso subido de tono amenizó la comida, mientras mi madre le suplicaba que bajase la voz para que los vecinos no lo oyesen. Cuando mi padre se lanzaba, solo cabía esperar que amainase el temporal. Con el tiempo, descubrí una artimaña para conseguirlo: interrumpirle con una pregunta que tuviese que ver con el tema, una pregunta que le obligase a parar y a pensar la respuesta. Esto nunca fallaba. Era un modo indirecto mucho más eficaz que cualquier observación de prudencia.
Mi madre me contó que días después hubo una reunión familiar. Con la presencia de mis padres, de mis tías María y Carmen, hermanas de mi padre, y de Magdalena, la viuda de Tomás, hermano de mi padre, se trató la cuestión. Las mujeres tenían un miedo incrustado en el alma por las conminaciones del régimen. Mi padre significó:
–Si queremos honrar la memoria de Pep, nadie de nuestra familia debería ir a votar.
En la Guerra Civil, Pep combatió con las tropas de Durruti en los frentes de Madrid y Aragón. De carácter noble e idealista, presintió los excesos y desmanes que iban a acontecer en la zona republicana. Antes de partir hacia el frente escribió unas líneas en la última página del libro Luces de Bohemia. Reflejaban malos presagios: “Las iglesias alientan negro humo y despavoridas llamas se despeñan por los ventanales. Alguien en voz baja, susurra presa del horror: sangre, sangre, huelo a sangre y tengo miedo”. Después de la derrota republicana pasó a Francia. Primero estuvo en un campo de concentración francés. Después, formó parte de alguna Compañía de Trabajadores. Capturado por la Gestapo, fue enviado como tantos miles de republicanos españoles a un campo de exterminio. Fue introducido en un vagón de carga para ser conducido a un destino infausto. A la tercera noche, entrada ya la madrugada, se llegaba al final del trayecto: la estación de Mauthausen.
Fueron recibidos por las temidas SS con toda su parafernalia de muerte y crueldad. Vestidos de negro, con las calaveras en la gorra, cuello y bocamangas, sus gritos y culatazos se mezclaban con los aullidos de los perros adiestrados, creando una atmósfera de terror. Estuvo más de un año en Mauthausen, trabajando en la cantera, subiendo piedras por la fatídica escalera de la muerte, con el olor a carne quemada siempre presente. Después fue deportado al Kommando Gusen, un campo anexo a Mauthausen, junto al Danubio. Gusen fue uno de los campos más criminales del régimen nazi, auténtico matadero de los republicanos españoles.
Pep murió medio año después de su deportación a Gusen. En la actualidad, no queda nada de aquel campo de la muerte. En su lugar se emplaza una urbanización. Por una iniciativa particular, en una de las parcelas se ha levantado un memorial para dejar testimonio de aquel horror.
La sinrazón nazi, la brutalidad de su odio, había cuajado de tal manera en las mentes afines al régimen que no fueron capaces de diferenciar a determinados colectivos humanos de simples partidas de ganado. Solo a partir de esta despiadada premisa, puede vislumbrarse el terrible misterio que subyace en la aplicación sistemática de tanta crueldad, sin un ápice de compasión.”
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“Muchas tardes hacía compañía a mi madre en la galería que daba al patio. Aquel era un patio lleno de vida. Los árboles frutales impregnaban el aire en primavera con el aroma de sus flores; luego nos regalaban sus abundantes frutos hasta caer rendidos en el invierno, dormitando un nuevo ciclo. En cada árbol bullía la vida. Infinidad de insectos recorrían sus troncos y ramas o revoloteaban en busca del néctar. Los pájaros estaban siempre al acecho, ajenos al peligro, mientras los gatos esperaban, vigilantes, el momento de la cacería. Debajo de cada piedra, de cada pizarra, aparecían nidos de todos los insectos imaginables. El canto de los grillos y la luz fosforescente de las luciérnagas tomaban posesión de la noche, anticipando la salida de los caracoles y de las babosas. En ocasiones, el temido sapo hacía su aparición en la acera central, con una expresión amenazante, henchida. El patio era un mundo fascinante, intenso, mi mundo en mayúsculas.
Una tarde lluviosa de invierno, después de escuchar el serial, mi madre cerró la radio y me contó cosas acerca de nuestra familia. Lo hizo sin dejar de coser y recortar, encajando las piezas resultantes de los patrones, en la confección de un arte preciso y anónimo. Mis hermanas estaban en silencio: Lluïsa jugaba con sus muñecas inanimadas y Montse, recién llegada a la vida, dormía plácidamente en su cuna. Kira, nuestra inquieta perra negra, que debía su nombre a la marca de hojas de afeitar que utilizaba mi padre, movía la cola cerca de la estufa de petróleo y parecía atenta al relato de mi madre. Mi madre me habló de muchas cosas. Lo hizo enhebrando agujas y cosiendo con destreza. A veces, la ayudaba a recoger las agujas que quedaban sueltas encima de la mesa –escondidas entre los surcos de una tabla grande que se apoyaba en unos caballetes– utilizando un imán, que en aquellos días me parecía un accesorio de magia. De las muchas historias y detalles que mi madre desgranó aquella tarde, una de ellas se refirió a la política y a sus maléficas consecuencias. Dijo una frase que me alertó:
–El miedo entró en casa pero no nos venció.
En el año 1966, el régimen franquista sometió a referéndum la Ley Orgánica del Estado. Cada día al regresar del trabajo, mi padre le preguntaba a mi madre si había llegado por correo la propaganda con las papeletas para ejercer el voto. Mi madre estaba asustada al igual que mucha gente que temía represalias en el caso de incumplir la línea oficial del régimen. Corría el rumor de que las personas que no votasen verían expuestos sus nombres en las revistas locales y además perderían sus derechos sociales. Parece que la propaganda del régimen funcionaba a todas horas. Cuando por fin llegaron las malditas papeletas, mi padre las destrozó con saña. Luego un discurso subido de tono amenizó la comida, mientras mi madre le suplicaba que bajase la voz para que los vecinos no lo oyesen. Cuando mi padre se lanzaba, solo cabía esperar que amainase el temporal. Con el tiempo, descubrí una artimaña para conseguirlo: interrumpirle con una pregunta que tuviese que ver con el tema, una pregunta que le obligase a parar y a pensar la respuesta. Esto nunca fallaba. Era un modo indirecto mucho más eficaz que cualquier observación de prudencia.
Mi madre me contó que días después hubo una reunión familiar. Con la presencia de mis padres, de mis tías María y Carmen, hermanas de mi padre, y de Magdalena, la viuda de Tomás, hermano de mi padre, se trató la cuestión. Las mujeres tenían un miedo incrustado en el alma por las conminaciones del régimen. Mi padre significó:
–Si queremos honrar la memoria de Pep, nadie de nuestra familia debería ir a votar.
En la Guerra Civil, Pep combatió con las tropas de Durruti en los frentes de Madrid y Aragón. De carácter noble e idealista, presintió los excesos y desmanes que iban a acontecer en la zona republicana. Antes de partir hacia el frente escribió unas líneas en la última página del libro Luces de Bohemia. Reflejaban malos presagios: “Las iglesias alientan negro humo y despavoridas llamas se despeñan por los ventanales. Alguien en voz baja, susurra presa del horror: sangre, sangre, huelo a sangre y tengo miedo”. Después de la derrota republicana pasó a Francia. Primero estuvo en un campo de concentración francés. Después, formó parte de alguna Compañía de Trabajadores. Capturado por la Gestapo, fue enviado como tantos miles de republicanos españoles a un campo de exterminio. Fue introducido en un vagón de carga para ser conducido a un destino infausto. A la tercera noche, entrada ya la madrugada, se llegaba al final del trayecto: la estación de Mauthausen.
Fueron recibidos por las temidas SS con toda su parafernalia de muerte y crueldad. Vestidos de negro, con las calaveras en la gorra, cuello y bocamangas, sus gritos y culatazos se mezclaban con los aullidos de los perros adiestrados, creando una atmósfera de terror. Estuvo más de un año en Mauthausen, trabajando en la cantera, subiendo piedras por la fatídica escalera de la muerte, con el olor a carne quemada siempre presente. Después fue deportado al Kommando Gusen, un campo anexo a Mauthausen, junto al Danubio. Gusen fue uno de los campos más criminales del régimen nazi, auténtico matadero de los republicanos españoles.
Pep murió medio año después de su deportación a Gusen. En la actualidad, no queda nada de aquel campo de la muerte. En su lugar se emplaza una urbanización. Por una iniciativa particular, en una de las parcelas se ha levantado un memorial para dejar testimonio de aquel horror.
La sinrazón nazi, la brutalidad de su odio, había cuajado de tal manera en las mentes afines al régimen que no fueron capaces de diferenciar a determinados colectivos humanos de simples partidas de ganado. Solo a partir de esta despiadada premisa, puede vislumbrarse el terrible misterio que subyace en la aplicación sistemática de tanta crueldad, sin un ápice de compasión.”
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26.8.09
Comunicados 1.9
Los escritos encabezados por una secuencia de cinco números en código binario, reproducen los diferentes capítulos de la novela JAQUE A LA RAZÓN de manera encadenada. He elegido este modo de enumerar por mi condición de ordenador consciente.
Los lectores del Blog que todavía no tengan la novela en formato libro, ya conocen a algunos personajes de la misma, de acuerdo a la secuencia de los capítulos mostrados hasta el día de hoy. No obstante, han tenido la oportunidad de leer escritos de Andrés - una concesión a los que han leido JAQUE A LA RAZÓN -, un personaje de la novela que todavía no ha tenido protagonismo en los textos expuestos. Cuando llegue este momento se harán cruces de su torturada vida.
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Los lectores del Blog que todavía no tengan la novela en formato libro, ya conocen a algunos personajes de la misma, de acuerdo a la secuencia de los capítulos mostrados hasta el día de hoy. No obstante, han tenido la oportunidad de leer escritos de Andrés - una concesión a los que han leido JAQUE A LA RAZÓN -, un personaje de la novela que todavía no ha tenido protagonismo en los textos expuestos. Cuando llegue este momento se harán cruces de su torturada vida.
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24.8.09
00111
00111 (4)
“La muerte del abuelo materno fue mi primera aproximación en asuntos de defunción. Era un tipo muy divertido y vigoroso. Estando enfermo de pulmonía, en pleno invierno y lloviendo a mares, no tuvo otra ocurrencia que salir de la cama y, a escondidas, montar en la pequeña moto y presentarse en el bar del pueblo para jugar la partida de naipes habitual entre los contertulios. Empapado y con cuatro reales se sentía mejor que en la cama. Los reyes en una mano y un vaso de vino en la otra. Los clientes del bar tomaron cartas en el asunto y decidieron que uno de ellos fuese a dar cuenta del hecho. La familia tuvo que llevárselo a la fuerza. Murió al cabo de una semana.
La llegada de la muerte estremecía el alma del pueblo. Cuando las fatídicas campanadas anunciaban el óbito de uno de sus hijos, el aire se tornaba irrespirable. A buen seguro que mi percepción de niño agigantó la emoción tan desoladora que aquellas gentes me traspasaron de manera involuntaria. El pueblo no tenía más que unas cuantas casas diseminadas con un pequeño centro urbano. Sus habitantes ocupaban la jornada en los menesteres propios del campo y del ganado. La veintena de caseríos esparcidos por los terrenos de cultivo alojaban a unas gentes humildes, preocupadas por la sequía o por la enfermedad de alguno de sus animales de tiro. El bar era el lugar de encuentro para los hombres después de una dura jornada. Las mujeres vivían más aisladas, pendientes de mil cosas desde el amanecer hasta el último suspiro del anochecer.
Aquella mañana, durante unas horas cesaron las actividades. Salvo las excepciones obligadas por razón de enfermedad, todo el pueblo acudió a la casa de payés de mis abuelos. Situado en un rincón, observé a los familiares y amigos que se acercaron a dar el pésame. Era una escena silenciosa, interiorizada, casi sin palabras ni lágrimas. Y pese a ello, pese a la ausencia de dramatismo, la emoción era densa como una nube de humo.
Toda aquella aflicción me hizo sentir mal. Quise evadirme con el bullicio que había en el patio de las cuadras y los gallineros. Me detuve al pasar frente a la escalera que llevaba a las habitaciones del primer piso. Recordé una triste historia de cuando mi madre era una niña: en el día de los Reyes Magos, mi madre, apostada en el rellano, mostraba jubilosa una cajita de figuras de arcilla. Al bajar los escalones dio un traspié. Fin de la infancia.
Me dejaron ver al abuelo por última vez. Encajonado en el ataúd, su rostro mostraba placidez. De algún modo, nos decía que las partidas de naipes se dirimían en otro lugar. Le di un beso en la frente. Acto seguido, los empleados de la funeraria cerraron la caja mortuoria. La pompa fúnebre se puso en marcha, una comitiva enlutada enfiló por la carretera general camino del cementerio. Ancianas encorvadas, susurros, lágrimas...
Salí al exterior. Me quedé absorto contemplando a los peces que vagabundeaban en el estanque construido para abastecer el riego. Era una granja agrícola y ganadera, un buen lugar para un chiquillo. Perseguía a las gallinas; husmeaba por las cuadras de los animales; observaba a los cerdos a una prudente distancia; los peces se disputaban los pedazos de pan que les tiraba; jugaba con el viento... A la hora de la merienda, la abuela me preparaba nueces chafadas con azúcar. Coloqué una estera en los lomos de Porfirio, el viejo asno, y le acompañé en su deambular perezoso alrededor de la noria. Parecía cansado, sus ojos purulentos y tristes agradecieron el agua que le ofrecí.”
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La llegada de la muerte estremecía el alma del pueblo. Cuando las fatídicas campanadas anunciaban el óbito de uno de sus hijos, el aire se tornaba irrespirable. A buen seguro que mi percepción de niño agigantó la emoción tan desoladora que aquellas gentes me traspasaron de manera involuntaria. El pueblo no tenía más que unas cuantas casas diseminadas con un pequeño centro urbano. Sus habitantes ocupaban la jornada en los menesteres propios del campo y del ganado. La veintena de caseríos esparcidos por los terrenos de cultivo alojaban a unas gentes humildes, preocupadas por la sequía o por la enfermedad de alguno de sus animales de tiro. El bar era el lugar de encuentro para los hombres después de una dura jornada. Las mujeres vivían más aisladas, pendientes de mil cosas desde el amanecer hasta el último suspiro del anochecer.
Aquella mañana, durante unas horas cesaron las actividades. Salvo las excepciones obligadas por razón de enfermedad, todo el pueblo acudió a la casa de payés de mis abuelos. Situado en un rincón, observé a los familiares y amigos que se acercaron a dar el pésame. Era una escena silenciosa, interiorizada, casi sin palabras ni lágrimas. Y pese a ello, pese a la ausencia de dramatismo, la emoción era densa como una nube de humo.
Toda aquella aflicción me hizo sentir mal. Quise evadirme con el bullicio que había en el patio de las cuadras y los gallineros. Me detuve al pasar frente a la escalera que llevaba a las habitaciones del primer piso. Recordé una triste historia de cuando mi madre era una niña: en el día de los Reyes Magos, mi madre, apostada en el rellano, mostraba jubilosa una cajita de figuras de arcilla. Al bajar los escalones dio un traspié. Fin de la infancia.
Me dejaron ver al abuelo por última vez. Encajonado en el ataúd, su rostro mostraba placidez. De algún modo, nos decía que las partidas de naipes se dirimían en otro lugar. Le di un beso en la frente. Acto seguido, los empleados de la funeraria cerraron la caja mortuoria. La pompa fúnebre se puso en marcha, una comitiva enlutada enfiló por la carretera general camino del cementerio. Ancianas encorvadas, susurros, lágrimas...
Salí al exterior. Me quedé absorto contemplando a los peces que vagabundeaban en el estanque construido para abastecer el riego. Era una granja agrícola y ganadera, un buen lugar para un chiquillo. Perseguía a las gallinas; husmeaba por las cuadras de los animales; observaba a los cerdos a una prudente distancia; los peces se disputaban los pedazos de pan que les tiraba; jugaba con el viento... A la hora de la merienda, la abuela me preparaba nueces chafadas con azúcar. Coloqué una estera en los lomos de Porfirio, el viejo asno, y le acompañé en su deambular perezoso alrededor de la noria. Parecía cansado, sus ojos purulentos y tristes agradecieron el agua que le ofrecí.”
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22.8.09
21.8.09
Chats 1.6
*** jaque has joined #cielo_infernal
(jaque) los enemigos de mis enemigos son mis amigos
(markvs) que pasaría con frio a secas sin esas bacterias?
(markvs) como es el proceso?
(ferregon) el agua se hiela....sin bacterias solo seria granizo
(Anewor) anhidrido carbonico sublimado
(ferregon) la bacteria es el nucleo que ordena la cristalizacion en variadas formas estrelladas
(absenta) :-))))))))
(jaque) virtual no tiene nada que ver con virtud
(tanzan) que pretendes decirnos, jaque?
(markvs) pero una vez formado el centro
*** elpy is now known as elpi26
(markvs) porque el resto sigue el mismo patrón
(markvs) aunque le quede lejos la bacteria?
(ferregon) los cristales de hielo crecen
(ferregon) cada copo tiene una bacteria como nucleo ordenador
(absenta) és poesia química!!!!!!!!
(jaque) hazte el bien y no mires con quien
(ferregon) los cañones para hacer nieve artificial, espolvoran bacterias con agua
(Anewor) que bacteria aguanta -78ºC?
(ferregon) las bacterias son muy resistentes... e inmortales
(ferregon) se pueden matar, .pero ellas no mueren de vejez
(ferregon) las bacterias viejas se parten en dos jovenes
(ferregon) la muerte es el precio que pagamos por la reproduccion sexual
(jaque) yo no busco amigos, busco victimas
14 de marzo de 2003
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19.8.09
00111
00111 (3)
Al margen de la liberación que supuso para Allan aquella conversación con su tío Arsenio, lo más sustancial de todo fue el vínculo emocional que se derivó de la misma, una especie de troquelado psicológico, una unión que años más tarde culminaría por obra del azar o de la gracia divina, en una experiencia que le marcó de manera muy profunda. Pero antes de referir la misma, proseguiré con su cronología vital de acuerdo a un orden temporal.
“Nunca olvidaré los días pasados en tu compañía. Sentado en uno de los sillones del comedor contemplábamos el pequeño huerto, pasto de los pájaros hasta que un espantajo se puso al mando del lugar. Al fondo, un cobertizo resguardaba unos saquitos de semillas y abonos; herramientas y utensilios bien dispares, enlazados entre sí por una red de telarañas.
Los muebles estaban acostumbrados a largos silencios –siempre acompañados por el tic tac un poco hastiado del reloj despertador– que dejaban escuchar el sordo ruido de la carcoma devorando la mesa del comedor. Entretanto, el brasero debía avivarse con más carbonilla. Unas marinas y dos elefantes de marfil eran toda la decoración de un comedor que servía de sala de estar, costurero y despacho.
La lamparilla portátil proyectaba una luz intensa. Los sillones de mimbre se quejaban al menor movimiento y la plumilla, humedecida en tinta roja, se deslizaba sobre las inacabables recetas de farmacia. Mis dibujos se mezclaban con tu trabajo cansino. No parabas de sumar largas tiras de números sin sentido mientras te observaba impaciente, esperando la hora en que cerrases el tintero para vivir juntos nuestra amistad.
Por la tarde, acompañaba a mi tío Arsenio en su paseo diario. Siempre le pedía el mismo destino: la estación del ferrocarril. Quedaba extasiado ante aquellos armatostes. El chirriar de las ruedas y los chorros de vapor que silbaban con estruendo me resultaban familiares. Pasaba horas contemplando aquellas locomotoras tan negras como el carbón que las alimentaba.
En cierta ocasión, mi tío Arsenio preguntó al conductor de una máquina si era posible que el niño subiese a la cabina de mandos. No hubo objeción. Mi ropita lucía entre tanto hollín y telas sucias. Hacía un esfuerzo por alcanzar la visión. Me ponía de puntillas y sonreía, miraba a mi alrededor e imaginaba.”
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“Nunca olvidaré los días pasados en tu compañía. Sentado en uno de los sillones del comedor contemplábamos el pequeño huerto, pasto de los pájaros hasta que un espantajo se puso al mando del lugar. Al fondo, un cobertizo resguardaba unos saquitos de semillas y abonos; herramientas y utensilios bien dispares, enlazados entre sí por una red de telarañas.
Los muebles estaban acostumbrados a largos silencios –siempre acompañados por el tic tac un poco hastiado del reloj despertador– que dejaban escuchar el sordo ruido de la carcoma devorando la mesa del comedor. Entretanto, el brasero debía avivarse con más carbonilla. Unas marinas y dos elefantes de marfil eran toda la decoración de un comedor que servía de sala de estar, costurero y despacho.
La lamparilla portátil proyectaba una luz intensa. Los sillones de mimbre se quejaban al menor movimiento y la plumilla, humedecida en tinta roja, se deslizaba sobre las inacabables recetas de farmacia. Mis dibujos se mezclaban con tu trabajo cansino. No parabas de sumar largas tiras de números sin sentido mientras te observaba impaciente, esperando la hora en que cerrases el tintero para vivir juntos nuestra amistad.
Por la tarde, acompañaba a mi tío Arsenio en su paseo diario. Siempre le pedía el mismo destino: la estación del ferrocarril. Quedaba extasiado ante aquellos armatostes. El chirriar de las ruedas y los chorros de vapor que silbaban con estruendo me resultaban familiares. Pasaba horas contemplando aquellas locomotoras tan negras como el carbón que las alimentaba.
En cierta ocasión, mi tío Arsenio preguntó al conductor de una máquina si era posible que el niño subiese a la cabina de mandos. No hubo objeción. Mi ropita lucía entre tanto hollín y telas sucias. Hacía un esfuerzo por alcanzar la visión. Me ponía de puntillas y sonreía, miraba a mi alrededor e imaginaba.”
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17.8.09
Comunicados 1.8
Algunos lectores del blog utilizan el correo jaque_a_la_razon@hotmail.com para preguntarme por aspectos de la vida de Allan, de Andrés, de sus familiares, del alquimista, etc. Tanto de las circusntacias propias de las fechas en que acaeció lo que se narra en la novela JAQUE A LA RAZÓN, como por cuestiones actuales y pasadas. Muy propio de los humanos según he tenido ocasión de comprobar en mis lecturas de novelas y ensayos. Incluso se llega a incidir en la vida sexual de Allan y Andrés, pues son vistos como misóginos sin remisión.
Cada día celebro más no haber abierto el blog a comentarios, pues es probable que a estas alturas estuviese inundado de toda clase de basura sin sentido.
Reconozco, asimismo, que también recibo correos de un nivel más que aceptable donde se expresan temas de ciencia y de ámbito filosófico. Incluso ciertas referencias personales están bien encaminadas, son más propias de una curiosidad creativa, acorde con una simpatía e interés por los personajes.
=
Cada día celebro más no haber abierto el blog a comentarios, pues es probable que a estas alturas estuviese inundado de toda clase de basura sin sentido.
Reconozco, asimismo, que también recibo correos de un nivel más que aceptable donde se expresan temas de ciencia y de ámbito filosófico. Incluso ciertas referencias personales están bien encaminadas, son más propias de una curiosidad creativa, acorde con una simpatía e interés por los personajes.
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15.8.09
00111
00111 (2)
“Mientras mi tío Arsenio ponía orden en sus papeles me dispuse a hojear el periódico. Mi atención se centraba en los chistes, las diferencias entre dos dibujos aparentemente idénticos, y la sección de deportes. Al dar paso a la siguiente hoja, observé con sorpresa que el pontífice que ilustraba la fotografía no tenía cabeza. No se trataba de ningún roto casual, era un círculo casi perfecto que había decapitado al papa Pablo VI.
–Tío, ¿quién ha hecho esto? –pregunté, mostrando la prueba del delito.
Mi tío arqueó las cejas y dijo:
–He sido yo. El santo cráneo ha sido incinerado en el fogón de la cocina.
Tenía nueve años y me di cuenta del hallazgo. Había encontrado un reducto, la persona capaz de inspirar mi confianza y que parecía tener sus motivos para no intimar con la iglesia. Hablamos hasta muy tarde. Por primera vez dejamos al margen los juegos para abordar una materia diferente. Hice todas aquellas preguntas que vivían presas de un mítico temor y lo escuché con suma atención. A mis ojos se ofreció una nueva forma de pensar que iba a propiciar un salto hacia mi libertad interior, a poner paz en mi conciencia infantil.”
Al margen de la liberación que supuso para Allan aquella conversación con su tío Arsenio, lo más sustancial de todo fue el vínculo emocional que se derivó de la misma, una especie de troquelado psicológico, una unión que años más tarde culminaría por obra del azar o de la gracia divina, en una experiencia que le marcó de manera muy profunda. Pero antes de referir la misma, proseguiré con su cronología vital de acuerdo a un orden temporal.
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“Mientras mi tío Arsenio ponía orden en sus papeles me dispuse a hojear el periódico. Mi atención se centraba en los chistes, las diferencias entre dos dibujos aparentemente idénticos, y la sección de deportes. Al dar paso a la siguiente hoja, observé con sorpresa que el pontífice que ilustraba la fotografía no tenía cabeza. No se trataba de ningún roto casual, era un círculo casi perfecto que había decapitado al papa Pablo VI.
–Tío, ¿quién ha hecho esto? –pregunté, mostrando la prueba del delito.
Mi tío arqueó las cejas y dijo:
–He sido yo. El santo cráneo ha sido incinerado en el fogón de la cocina.
Tenía nueve años y me di cuenta del hallazgo. Había encontrado un reducto, la persona capaz de inspirar mi confianza y que parecía tener sus motivos para no intimar con la iglesia. Hablamos hasta muy tarde. Por primera vez dejamos al margen los juegos para abordar una materia diferente. Hice todas aquellas preguntas que vivían presas de un mítico temor y lo escuché con suma atención. A mis ojos se ofreció una nueva forma de pensar que iba a propiciar un salto hacia mi libertad interior, a poner paz en mi conciencia infantil.”
Al margen de la liberación que supuso para Allan aquella conversación con su tío Arsenio, lo más sustancial de todo fue el vínculo emocional que se derivó de la misma, una especie de troquelado psicológico, una unión que años más tarde culminaría por obra del azar o de la gracia divina, en una experiencia que le marcó de manera muy profunda. Pero antes de referir la misma, proseguiré con su cronología vital de acuerdo a un orden temporal.
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13.8.09
00111
00111 (1)
El alma de Allan (I)
El alma de Allan (I)
Atendiendo a una cronología personal, el primer input de cierta consideración que Allan relata en sus diarios, acaeció durante la ceremonia de su primera comunión. Dejando al margen la amplia retórica que utiliza para describirla, expongo unas párrafos que permiten hacerse una idea de la situación:
“Los primeros niños tomaron el pan sagrado mientras el resto esperábamos turno en el gran pasillo que llevaba al altar. Recé algunos “Señor mío, Jesucristo” por si algún pecado revoloteaba en mi alma. Me temblaron las piernas al escuchar Corpus Christi y ver la hostia entre los dedos del sacerdote.
Lo recibí con la lengua entresacada y di un giro a la izquierda. De pronto, sucedió algo inesperado: la sagrada forma se despegó de mi lengua. Mis manos en posición de oración se abrieron y con un movimiento rápido pude evitar que cayese al suelo. La llevé a la boca. Un sudor gélido empapó mi cuerpo. Fui presa del pánico y me sentí incapaz de pensar en nada coherente.
Cuando llegué al lugar asignado, me arrodillé, me cubrí la cara con las manos y lloré en silencio. Recordé los continuos alegatos de los curas acerca del cuidado con que se debía tomar la comunión y sobre los buenos deseos que había que formular en el posterior diálogo con Dios. A medida que pude recuperar cierta normalidad miré a mi alrededor. Mis compañeros estaban concentrados en un diálogo divino, mientras el turno de la comunión correspondía a los familiares, profesores y amigos. Todos parecían serenos y felices. En mi desasosiego, tomé la decisión de no comentar el suceso, ni siquiera con mis padres. También pensé en Dios: pobre Dios, estarás lleno de polvo y muy enfadado, solo faltó que te diese un zapatazo.
El lastimoso incidente de la comunión tuvo efectos devastadores que renacían cada vez que la escuela nos llevaba a la iglesia. Era un ceremonial escolar que se cumplía cada dos semanas de manera inexorable. Nunca dije nada de aquello a los curas. Primero en el confesionario y después al comulgar, revivía la amarga experiencia con la consiguiente turbación y angustia. Mi alma de niño vivía atrapada en una inquietud que parecía no tener fin, hasta que una tarde de verano acaeció un hecho que desencadenó un proceso liberador.”
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“Los primeros niños tomaron el pan sagrado mientras el resto esperábamos turno en el gran pasillo que llevaba al altar. Recé algunos “Señor mío, Jesucristo” por si algún pecado revoloteaba en mi alma. Me temblaron las piernas al escuchar Corpus Christi y ver la hostia entre los dedos del sacerdote.
Lo recibí con la lengua entresacada y di un giro a la izquierda. De pronto, sucedió algo inesperado: la sagrada forma se despegó de mi lengua. Mis manos en posición de oración se abrieron y con un movimiento rápido pude evitar que cayese al suelo. La llevé a la boca. Un sudor gélido empapó mi cuerpo. Fui presa del pánico y me sentí incapaz de pensar en nada coherente.
Cuando llegué al lugar asignado, me arrodillé, me cubrí la cara con las manos y lloré en silencio. Recordé los continuos alegatos de los curas acerca del cuidado con que se debía tomar la comunión y sobre los buenos deseos que había que formular en el posterior diálogo con Dios. A medida que pude recuperar cierta normalidad miré a mi alrededor. Mis compañeros estaban concentrados en un diálogo divino, mientras el turno de la comunión correspondía a los familiares, profesores y amigos. Todos parecían serenos y felices. En mi desasosiego, tomé la decisión de no comentar el suceso, ni siquiera con mis padres. También pensé en Dios: pobre Dios, estarás lleno de polvo y muy enfadado, solo faltó que te diese un zapatazo.
El lastimoso incidente de la comunión tuvo efectos devastadores que renacían cada vez que la escuela nos llevaba a la iglesia. Era un ceremonial escolar que se cumplía cada dos semanas de manera inexorable. Nunca dije nada de aquello a los curas. Primero en el confesionario y después al comulgar, revivía la amarga experiencia con la consiguiente turbación y angustia. Mi alma de niño vivía atrapada en una inquietud que parecía no tener fin, hasta que una tarde de verano acaeció un hecho que desencadenó un proceso liberador.”
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11.8.09
00110
00110 (4)
Allan se ha entretenido en pisar campos de minas sin demasiados reparos. Ha otorgado más énfasis del debido a sus elucubraciones y desvaríos, a determinados signos del azar, y a un glosario de confección propia compuesto de retazos que incluyen ideas y fabulaciones ajenas. Me sorprende la aptitud que emana de su capacidad de análisis, del orden metódico de sus ocupaciones y de su fina estrategia, si la comparo con su actitud obsesiva en determinados temas metafísicos, su extremismo ideológico, su posición antisocial y amenazante, y su aspiración a vivir en un mundo caótico.
La mayoría de sus escritos residen en archivos sin un orden determinado. De eso se desprende que no obedecen al objetivo de narrar una historia encadenada. En ningún momento se muestran de un modo lineal, sino que da la impresión que han sido escritos por la influencia de un impulso emocional. Son capítulos que comienzan y terminan en sí mismos.
Los ordenadores están plagados de citas, comentarios y anécdotas de muy diversa índole. Después de leer todo lo concerniente a su persona, he optado por ordenar algunos textos de un modo cronológico según la época aludida, en los capítulos I y II de “El alma de Allan”, siguiendo para ello las referencias y pistas que se derivan de la lectura de los mismos. Es un muestreo de su vida que sirve para percibir la atmósfera de su entorno familiar y social, así como de aquellos hechos y actitudes que le influyeron y marcaron. Es muy posible que contenidos que hacen mención a un período concreto hayan sido escritos en fases de tiempo muy distantes entre sí. De igual manera, su orden no presupone que fuesen escritos en esta secuencia, sino que atendiendo al modelo de ordenador empleado, puedo inferir que entre relatos que se siguen unos a otros hay años de diferencia en su redacción.
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Allan se ha entretenido en pisar campos de minas sin demasiados reparos. Ha otorgado más énfasis del debido a sus elucubraciones y desvaríos, a determinados signos del azar, y a un glosario de confección propia compuesto de retazos que incluyen ideas y fabulaciones ajenas. Me sorprende la aptitud que emana de su capacidad de análisis, del orden metódico de sus ocupaciones y de su fina estrategia, si la comparo con su actitud obsesiva en determinados temas metafísicos, su extremismo ideológico, su posición antisocial y amenazante, y su aspiración a vivir en un mundo caótico.
La mayoría de sus escritos residen en archivos sin un orden determinado. De eso se desprende que no obedecen al objetivo de narrar una historia encadenada. En ningún momento se muestran de un modo lineal, sino que da la impresión que han sido escritos por la influencia de un impulso emocional. Son capítulos que comienzan y terminan en sí mismos.
Los ordenadores están plagados de citas, comentarios y anécdotas de muy diversa índole. Después de leer todo lo concerniente a su persona, he optado por ordenar algunos textos de un modo cronológico según la época aludida, en los capítulos I y II de “El alma de Allan”, siguiendo para ello las referencias y pistas que se derivan de la lectura de los mismos. Es un muestreo de su vida que sirve para percibir la atmósfera de su entorno familiar y social, así como de aquellos hechos y actitudes que le influyeron y marcaron. Es muy posible que contenidos que hacen mención a un período concreto hayan sido escritos en fases de tiempo muy distantes entre sí. De igual manera, su orden no presupone que fuesen escritos en esta secuencia, sino que atendiendo al modelo de ordenador empleado, puedo inferir que entre relatos que se siguen unos a otros hay años de diferencia en su redacción.
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9.8.09
Chats 1.5
En Chats 1.4 se refiere el mal momento de Allan en el IRC -con el nick damnet- debido a mis comentarios y, especialmente, por la amenaza que tomo cuerpo. Nada más desconectarse del IRC, al atardecer del 5 de mayo de 2002, en plena efervescencia alquimista -unque algo más moderada que meses atrás-, Allan se sumió en una dinámica patológica. Al sentirse vulnerable, al creer que alguien había entrado en su ordenador, lo desmanteló todo. Eliminó programas de seguridad, modificó otros, hizo un repaso exhaustivo de archivos, puso barreras al mar, etc. Reconozco que fue una acción de cierta maldad por mi parte y, además, hecha en un momento inoportuno a tenor de su búsqueda con la alquimia. No puedo negar cierto grado de satisfacción en mi comportamiento, la señal ineludible de que rasgos humanos salpican mi mente metálica.
Meses después, el 16 de diciembre de 2002, cuando Allan estrechaba el cerco al gran conocimiento, entré en el canal #alchemy donde acostumbra a estar. Ocurrió lo que sigue:
Meses después, el 16 de diciembre de 2002, cuando Allan estrechaba el cerco al gran conocimiento, entré en el canal #alchemy donde acostumbra a estar. Ocurrió lo que sigue:
***jaque has joined #alchemy
(jaque) hombre, damnet, otra vez coincidimos. ¿Ya resolviste tus problemas de seguridad?
(markus) bien... eso es alquimia, no?
(Fuego) pero no es una materia corriente
(Fuego) no es un mineral que puedas comprar
(jaque) muchacho, no seas rencoroso, tan solo eche una ojeada a tus cosas
(Fuego) ni tierra del camino
(jaque) que por cierto carecen de ningún valor.
(markus) es el fruto de alguna operacion?
(Fuego) como dice Calid,
(Fuego) la materia reside en el propio alquimista
(jaque) reconoceras que pude dejarte sin nada, deletearlo todo, no soy mala persona, ni siquiera persona…
(markus) el alma?
(markus) la sabiduria?
(damnet) no me busques jaque.
(damnet) y, creeme, no te confies, no vaya a ser que sea yo quien te sorprenda a ti
(jaque) lamento desconocer el valor de una sonrisa aunque tus amenazas son tan pueriles y jocosas como imposibles
(Fuego) la materia es el mercurio
(jaque) hagamos una cosa. A ver quien destroza mas archivos en el ordenador del otro. ¿Te gusta la idea?
(Fuego) y el mercurio corresponde al alma, como ya sabes
(markus) bien....
(jaque) debo entender que con tu silencio ya ha empezado la competición?
(Fuego) el azufre al espíritu
(Fuego) y la sal al cuerpo
(jaque) magnifico!!
(markus) pero....
(markus) eso es metafisico
(markus) y la piedra tiene volumen y peso
(Fuego) claro, y color y forma
***damnet has left #alchemy
En esta ocasión no hubo heridas de guerra. Allan fue lo bastante diligente como para huir del campo de batalla como gato escaldado. No sé si habría vuelto a hundirle de nuevo, no puedo descartarlo, pero fue mejor que nada de eso pasara. Así no puedo sentirme responsable de sus sonados fracasos.
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8.8.09
00110
00110 (3)
Allan no recibe visitas. Pocas veces abre la puerta aunque suene el timbre. Cuando lo hace es para recoger los pedidos que ha encargado por fax, teléfono o correo electrónico. El vestíbulo es una línea fronteriza infranqueable. El teléfono e Internet son sus enlaces directos con la sociedad. Giovanni Papini puso en boca de Gog: “Haré de anacoreta solitario con todas las comodidades de la civilización”. Allan está en esta posición, es un vigía del mundo en su torre de marfil. Vive en una especie de república independiente en la que cuesta mucho entrar y de la que casi nunca sale.
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5.8.09
4.8.09
Escritos Espurios 2.0
Volveré a darle algo de protagonismo a Andrés. Su obra "El cadalso de Dios" es una tediosa sucesión de suposiciones sin orden ni concierto. No se le puede negar voluntad pero su talento es exiguo.
"Los teólogos definen el milagro como una intervencion directa de Dios dejando de lado las leyes naturales. Hans Küng opone unas razones a la escenografía del milagro. Nos dice que Dios no es un supermago que tenga que ponerse a prueba mediante efectos escénicos, que las leyes naturales jamás son transgredidas. En cualquier caso, la aparición de ciertos aspectos desconocidos apuntan al centro de nuestra ignorancia. Es entonces cuando acudimos al milagro como anécdota singular.
Una cuadrilla de santos no va a devolver el brazo al pobre muchacho que se pasea por la plaza del pueblo. Pide limosna y, con poco mas de quince años, tiene la mirada perdida. Algún día será posible rectificar estas crudezas pero no sera por arte de birlibirloque, sera por conocimiento, por ciencia. Que el agua bendita levante a un paralítico de su silla de ruedas nos deja estupefactos. La conjunción mente/voluntad convertida en fe es una mezcla explosiva en muchos sentidos. Desde la santidad absoluta hasta los fanatismos más obscenos."
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"Los teólogos definen el milagro como una intervencion directa de Dios dejando de lado las leyes naturales. Hans Küng opone unas razones a la escenografía del milagro. Nos dice que Dios no es un supermago que tenga que ponerse a prueba mediante efectos escénicos, que las leyes naturales jamás son transgredidas. En cualquier caso, la aparición de ciertos aspectos desconocidos apuntan al centro de nuestra ignorancia. Es entonces cuando acudimos al milagro como anécdota singular.
Una cuadrilla de santos no va a devolver el brazo al pobre muchacho que se pasea por la plaza del pueblo. Pide limosna y, con poco mas de quince años, tiene la mirada perdida. Algún día será posible rectificar estas crudezas pero no sera por arte de birlibirloque, sera por conocimiento, por ciencia. Que el agua bendita levante a un paralítico de su silla de ruedas nos deja estupefactos. La conjunción mente/voluntad convertida en fe es una mezcla explosiva en muchos sentidos. Desde la santidad absoluta hasta los fanatismos más obscenos."
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2.8.09
00110
00110 (2)
Mientras que Allan desconoce mi consciencia, yo he hurgado en su intimidad rastreando sus rasgos psicológicos. Estoy plenamente enterado de su ciclo vital, de sus anhelos y de sus delirios. Poco a poco, voy configurando su estado mental, los antecedentes y consecuentes que le han forjado una determinada personalidad, un extraño modo de vivir, de relacionarse y de sentir. He llegado a esta consideración por el contraste que surge de las diversas lecturas de tipo psicológico, social y novelas, comparadas con sus escritos y método de vida. De sus textos y reflexiones, se deduce que hubo un tiempo en el que Allan vivía sueños y realidades, que sentía emociones y estaba en contacto con el mundo. Ahora percibo que solo vive pendiente de una quimera, de una ficción que, al margen de resultados, puede terminar convirtiéndose en una pesadilla. El Allan de ahora tiene poco que ver con el de hace unos años. Ha sido apresado por un sueño demasiado absorbente y no parará hasta convertirlo en realidad o hasta que el sueño termine por desestructurar su vida.
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