Un día, sin venir a cuento,
sientes un impulso: el de escribir sobre ti mismo, sobre tus pensamientos y acciones. No me refiero a hacerlo en
un diario, jamás tuve inclinación a ello. Me refiero a escribir una
autobiografía acompañada de un ensayo filosófico sobre el anarquismo. No fue algo que madurara durante meses, sino que surgió de
manera inesperada por un cúmulo de resortes inaprensibles. La primera
sensación, al aceptar mentalmente esta tarea, fue casi eufórica; aunque este
estado de ánimo duró bastante poco. Lo
curioso es que, pasada esta fase de exultación, ya no puedes volverte atrás.
Has tomado el compromiso de escribirla y te aborda cierta inquietud. También te
vienen a la cabeza muchas dudas.
En mi caso, la primera fue
resolver la cuestión de cuál es la motivación real para escribir una
autobiografía que incida sobre mi compromiso anarquista. Después de apartar una
densa maleza compuesta de vanidades, alabanzas y enaltecimientos, pude advertir
que si no se anda con cuidado, una autobiografía puede ser el camino más corto
hacia el ridículo. El círculo se cierra cual serpiente venenosa. Una
consideración esencial fue aceptar que unas memorias jamás deben ser una
apología del personaje.